En la taberna Garibaldi: el día en que Podemos cabía en un bar
tundidad casi de batucada.
En la carta se lee que las tabernas son el último refugio del proletariado, y no sabría uno decir si lo dijo Kautsky o Isabel Díaz Ayuso. «Nos han comido el relato de lo divertido», concede Jose, que trabaja en el Ministerio del Interior. La izquierda ¿no se ha vuelto aburrida? «Es cierto que la derecha se apropió de este mundo que venimos a reivindicar», apunta Sebas Fiorelli, poeta y socio de Iglesias, un tipo amable, creador de la lasaña Fiorelli que cocinaba con Iglesias en fiestas familiares. —¿Hay comida de izquierdas y derechas?
—Hay una manera de ser feliz de derechas, como de ansiar el Masserati.
Hablando de lujos, Lavapiés supone una reconciliación de Podemos con sus territorios originales, pues aquí nació y después rápidamente se mudó a ‘Galapagarato’ de piscina con tinaja, cabaña de invitados, tardes de cortacésped, garita con pareja de la Benemérita y un seto que no se lo salta un subsahariano. ‘Liberté, égalité, chalé’, podría haber sido su lema, mezclado hoy con alusiones a Durruti, a Zapata y a Mandela.
Hay ensaladas a nueve pavos, provoleta, carrillada, pasta al ‘funghi’ y el resto de platos que no sabemos cómo son porque en Twitter les acusan de copiar las imágenes de la carta de otros restaurantes y no pudimos probar cómo, porque los fogones estaban rotos y tuvimos que escribir esta crónica en uno de esos McDonalds con cuyos cristales la emprendían a pedradas desesperadas como de canción de Sabina. Digo que entra uno en el Garibaldi como en ºun bar de Woody Allen en el que no está Woody Allen. La visita ha terminado, solo queda contarle a Sebas aquel chiste de los amigos a los que les toca la lotería y con el dinero deciden abrir un bar.
—¿Y si nos va mal? —se pregunta uno.
—Si nos va mal lo abrimos al público.