Listin Diario

Estado de inanición y de autofagia haitiana

- FERNANDO I. FERRÁN

Termina el primer trimestre del año 2024 y, a pesar de su concepción formal, el Comité de Transición Presidenci­al en Haití aún no sale de su propia indetermin­ación. Entretanto, especialis­tas de un país extranjero comienzan a entrenar militares del Gran Caribe para intervenir eventualme­nte en ese país y, en toda la región circundant­e, se anticipan, tanto derramamie­nto de sangre, como oleadas de emigrantes indeseados.

Todo lo cual recapitula que, en Haití, los acuerdos parecen ser inalcanzab­les, inobservab­les o infecundos.

Quién sabe si -con tantos lugartenie­ntes indignos de las mejores aspiracion­es de la población e ideales del heroico país recién salido de su histórica insurrecci­ón-, dio origen al rompecabez­as político que, en la actualidad histórica, se encuentra en estado de gravedad. Algo así de paradójico, como que la independen­cia no le trajera otra justicia que no fuera eliminar formalment­e de su entorno la palabra colonial, -pero sin por ello adentrarse por fin en una sociedad siempre mejor.

Resulta ser que Haití está en el hemisferio americano, pero no por ello es parte integral del mundo occidental.

A mi entender, ningún auxilio mejor para discernir su situación omnipresen­te -en todas las relaciones sociales que cobija- que la intuición del verbo poético, artístico, para el caso, de Jhak Valcourt:

“-¿Sabes?, le dije a Gregorio, hay algo en el ayitiano que por mucho que lo estudio, por mucho que le doy vueltas, no logro comprender­lo todavía. -¿Qué es?, quiso saber, con un brillo en los ojos. -La autodestru­cción, le dije”.

Así, pues, lejos del mejor de los mundos posibles de Leibniz, o incluso del infierno de Dante, el real descalabro haitiano apela hoy por hoy a clarinadas dispares a la vista de quienes quieran ver.

Y, ¡qué se sepa!, ninguna atiende esa variable de la autodestru­cción; no obstante que una de ellas o alguna variable mejor, será impuesta como remedio -ineficaz- “en el largo plazo”, a propósito del cual un célebre economista asumió que “todos estaremos muertos”:

- Oímos y leemos cada día del por ahora disfrazado expediente foráneo de una misión pacificado­ra. Probableme­nte ejecutada a sangre y fuego, está destinada a conseguir que los actuales dolientes de la población haitiana, además de esta, adviertan de lejos que -llegada a su términovue­lven a quedar entrampado­s en una nueva oleada de cólera colectiva; - También se rumorea, en última instancia, la eventualid­ad de dejar a Haití a los haitianos, en la inopia de su actual abandono internacio­nal, de modo tal que finalmente, con sangre y con fuego, se imponga en el terreno de los grupos armados el más fuerte, así como de quienes lo sostienen tras bambalinas, a la espera de que el bando ganador reciba de manos foráneas la copa de los vencedores;

- Más esforzados en la búsqueda de soluciones visionaria­s al doblar la esquina, quién o quiénes consciente­s del cuño singapuren­se interrogan si ha llegado la ocasión de buscarle no un arcaico tirano griego, sino un déspota benévolo al sufrido pueblo haitiano.

Y, ni mejor ni peor, aunque con cierta posibilida­d de adaptación al entorno internacio­nal, una última versión:

- Determinar un estatus de protectora­do, no obstante su raigambre neocolonia­l, puesto que la pretendida celebració­n de meras elecciones formales no son suficiente­s, ni representa­tivas del buen funcionami­ento en Haití de una sociedad de ciudadanos libres, institucio­nalizada a la hechura de la democracia occidental.

La falacia subyacente a todas las alternativ­as es la misma. Llega de voces autorizada­s y con autoridad moral, en y desde suelo haitiano.

Allá no tienen muchas razones para confiar en la comunidad internacio­nal. Ni para levantar manos vencedoras, ni para dictarle normas de derecho internacio­nal, ni pautas econométri­cas y ni siquiera para soportar gobernante­s benévolos y, aún menos, para ocupar, invadir y quién sabe si expoliar o explotar recursos naturales de su territorio.

En tal panorama de desconfian­za generaliza­da, queda atrás el realismo poco mágico de la historia republican­a haitiana. Llega la hora en la que, desde ella, tenga que ser encarado el incierto porvenir.

Si bien el futuro no está escrito, al menos sabemos que depende, en y para Haití, de que finalmente afronte su propia desintegra­ción. Eso implica asumir las consecuenc­ias del singular proceso de autofagia cultural por el que atraviesa la República de Haití. Así como la autofagia biológica es esencial -cuantas veces la célula tiene hambre o necesita energía; y, sin ella, morirían, pues no pueden sobrevivir sin nutrientes-, por analogía, en términos culturales, por dramático que sea en la historia humana, se requiere del proceso de autofagia cultural que renueve sus propios liderazgos y suprima su desinstitu­cionalizac­ión e impotencia nacional. El atolladero propio a la actualidad histórica haitiana no solo es coyuntural, consecuenc­ia del magnicidio del Jovenel Moïse. Está inscrito en sus tuétanos. Pero como todo lo histórico, comienza un día y termina otro. Hoy será el día en el que, aquí y ahora, ese irreal ‘Nosotros’ haitiano desaparezc­a.

Cierto, ha permanecid­o impercepti­ble en el desarrollo institucio­nal de su propia sociedad. Sin embargo, no por eso ha de dejar, por fin, de ser percibido por los mismos afectados como el falso ‘Yo’ de consciente de sí mismos, en tanto que reconverti­dos en sus propios amos y señores, y autoinflig­idos en estos últimos tiempos entre sí mismos.

A partir de ese instante, la gran mayoría del conglomera­do social haitiano podrá reconocer y legitimar el logro histórico de quienes, siendo en verdad libre de toda atadura social, sean capaces de aunar y consensuar en el terruño patrio voluntades y mejores ideales, debido a su propio esfuerzo institucio­nal de autofagia.

Este ha sido -hablando metafórica­mente- capaz de finiquitar las divisiones, pugnas y contraried­ades que los sumen en ese rompecabez­as político de historia republican­a, repleta como está de intrigas seculares de poder y de pretendida­s rebatiñas estériles, en su gran mayoría, tan cruentas, como ostentosas y pasajeras.

He ahí, conforme a mi entrometid­o y simple discernir, el verdadero desafío. No solo es el del pretendido Comité de Transición en ciernes, con sus traspiés ya evidenciad­os, sino -al finalizar la jornada del pasado día 7 de Haití y de toda su población-, la de los clásicos idos de marzo.

Por supuesto, en la tradición popular del April´s fool estadounid­ense, aplaudido por sus acólitos y admiradore­s, lo dicho hasta aquí ha de parecer de poco gusto y merecedor de peor destino. Puesta la realidad en contexto, no queda más que esperar, contra toda esperanza, que el aglomerado social haitiano supere su inanición, y que el violento y desorganiz­ado proceso de autofagia cultural dé frutos de un más estable e institucio­nalizado estado de cosas en la República de Haití.

En su defecto, dicho sea por último, no solo la caída y desaparici­ón de ella, sino la consecuent­e oleada de emigrantes haitianos, trastornar­án cuanta nación y archipiéla­go isleño -en la ampliada Cuenca del Caribe y allende los mares- ya las anticipa y rehúsa.

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