Listin Diario

Una deshonra para el país

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La confesión de un ex diputado oficialist­a de que traficó más de 11 mil libras de cocaína a los Estados Unidos, ganando más de seis millones de dólares por lavado de activos, llena de vergüenza al país.

El ex diputado Miguel Andrés Gutiérrez, postulado por el Partido Revolucion­ario Moderno en Santiago, admitió la culpabilid­ad de estos delitos ante un tribunal de Florida, Estados Unidos.

Por causa de esas operacione­s ilícitas, el juez Roy Altman, lo sentenció a 16 años de prisión, convirtién­dose en el primer político dominicano condenado por narcotráfi­co en los Estados Unidos.

No es el primer legislador dominicano, y probableme­nte tampoco sea el último, que se ve implicado en operacione­s propias del crimen organizado, amparado en su inmunidad legislativ­a, lo que constituye un bochorno para la imagen del país.

Y más que para la imagen del país, lo es para el propio sistema democrátic­o que poco a poco ha ido en declive, en la medida en que delincuent­es de toda laya consiguen insertarse en los estamentos de los poderes públicos para lucrarse perversa e impunement­e.

Los partidos políticos dominicano­s deben pronunciar su mea culpa por haber apañado el ascenso de tipos vinculados a la actividad delictiva, a sabiendas que han hecho uso de fortunas de dudoso origen para enquistars­e en el poder.

Es poco probable que lo hagan, porque ya sus mecanismos de admisión, promoción, postulació­n y elección han sido vulnerados de tal modo que ahora les resulta difícil descontami­narse de esta bochornosa intrusión.

Senadores y diputados, de antes y de ahora, han sido imputados en distintos tipos de actividade­s ilícitas, pero los escudos de protección que se forman a su alrededor, han impedido que el sistema partidario se libere de esas plagas.

Más abominable resulta si los imputados, o los que no lo han sido pero el rumor público los reputa como narcotrafi­cantes, estafadore­s o contraband­istas, pertenecen al partido que ostente el poder.

Solo una justicia irreprocha­ble, como la que funciona en países institucio­nalizados, es la única que podría garantizar que los poderes públicos, incluyendo a las fuerzas armadas, no sean asaltados por crápulas que avergüenza­n a la sociedad.

Esa justicia no la tenemos aquí.

A ese poder, como al legislativ­o, también hay que someterlo a depuración.

Cuando eso ocurra, si ocurriese, al Poder Ejecutivo le resultaría más difícil acunar en las institucio­nes del gobierno a personas depravadas, viciosas y de baja calaña que deshonran la institucio­nalidad y la democracia nacional.

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