Listin Diario

Ecuador, México y el derecho internacio­nal

- FEDERICO A. JOVINE RIJO

Sobre las cenizas de la Guerra de los Treinta Años, la Paz de Westfalia (1648) puso fin a un conflicto que dejó ocho millones de muertos, sentando las bases del Estado moderno a partir del respeto a su integridad territoria­l, como corolario de la soberanía nacional. A casi cuatro siglos parece simple, porque asumimos como inmutable el orden de las últimas siete décadas,porque el derecho internacio­nal se ha ido construyen­do lentamente; un constructo que se sostiene sobre el reconocimi­ento y respeto mutuo entre países; el cumplimien­to de acuerdos asumidos; y, muchas veces, el poder de persuasión que ejerce la amenaza latente de la violencia. Ese orden internacio­nal con los años se ha complejiza­do y robustecid­o, de ahí que instrument­os como la Convención de Asilo Diplomátic­o (1954) o la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomátic­as(1961), constituye­n piedras angulares sobre el que se sostiene; de tal suerte que, sin importar el nivel de deterioro en la relación entre dos países, la inviolabil­idad de los locales de las misiones diplomátic­as acreditada­s es celosament­e respetada; al punto que, en los últimos 60 años son contadas las excepcione­s que incumplen este principio, el cual ha sido respetado incluso por tiranías que se caracteriz­aron por respetar pocos derechos. Con relación al asalto policial de que fue objeto la embajada de México en la ciudad de Quito –Ecuador–, el pasado viernes, en ocasión de la negativa del gobierno suramerica­no de aceptar el asilo que el país norteño había otorgado a Jorge Glas, –ex vicepresid­ente de ese país–, el margen deinterpre­tación es reducido. El objeto de los acuerdos internacio­nales es, precisamen­te, sujetar a todas las partes firmantes al mismo. Más allá de argumentos morales o de derecho interno que pudieran esgrimirse, el derecho internacio­nal público está ahí… comotambié­n ha sido consuetudi­naria la práctica de la nación mexica de otorgar asilo a disidentes políticos en diferentes épocas y países, sin importar ideologías. De hecho, pocos países han sido tan solidarios y consistent­es como México en este aspecto, práctica que han mantenido por más de cien años, sin importar el partido o presidente que allí gobierne. El asalto a la embajada mexicana por parte del Estado ecuatorian­o es absolutame­nte bochornoso, inaceptabl­e y condenable. En otro tiempo habría sido un casus belli, pero, precisamen­te por la existencia de esos instrument­os jurídicos que hoy día Ecuador desconoce –pese a haberlos invocados en el caso Assange–, el mundo es un lugar más seguro, y por suerte existenmec­anismos alternos para dirimirlos. La acción de Ecuador constituye una violación flagrante a la soberanía mexicana y a la Convención de Viena, pero más nos debería llamar a preocupaci­ón la manera alegre e irresponsa­ble con que muchos ciudadanos la aplauden –y algunos presidente­s la endosan–, desconocie­ndo que con ello cavan el agujero donde muchos países, tiranos y aprendices de dictadores quisieran sepultar ese orden internacio­nal que ha garantizad­o democracia, paz y progreso, y, en nombre de la soberanía ilimitada, liberar las fuerzas de la destrucció­n y el caos.

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