La mayor matanza de la historia
“Todo hombre va detrás de un objetivo mayor, sea la religión, la democracia o el socialismo. Para los judíos estos son solo un medio para un fin, la manera de satisfacer su deseo por el oro y la dominación». Hitler
Veinte años antes de que diera comienzo la Segunda Guerra Mundial y quince antes de que los nazis accedieran al poder, el joven Adolf Hitler escribió una carta a Adolf Geimlich, miembro de la oficina de inteligencia militar de Munich, es la que trataba de responder a una pregunta que consideraba urgente: ¿cuál era la situación de los judíos en Alemania después de la derrota en la Primer Guerra Mundial y qué posición al respecto tomaban las fuerzas armadas? Estaba fechada en 1919 y las conclusiones a las que llegaba el futuro dictador eran terroríficas. Hitler se sentó en una máquina de escribir del Ejército y redactó una suerte de ensayo de cuatro páginas que fue recibido con agrado por sus superiores en el departamento de propaganda. Este decía: «Todo hombre va detrás de un objetivo mayor, sea la religión, el socialismo, la democracia. Pero para los judíos estos son solo un medio para un fin, la manera de satisfacer su deseo por el oro y la dominación». La sentencia más devastadora, sin embargo, llegó a continuación: «El antisemitismo que se alimenta de razones puramente emocionales siempre encontrará su expresión en la forma de pogroms [ataques violentos contra judíos]. Pero el antisemitismo basado en la razón debe llevar al combate y a la suspensión sistemática de los privilegios de los judíos. Su objetivo final debe ser la eliminación sin compromisos de los judíos como tal».
La cifra, muy discutida y aumentada en numerosas ocasiones, habla de unos seis millones de muertos durante, únicamente, los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial en los campos de exterminio, lo que llevó a muchos autores a calificar a Hitler como el «mayor genocida de la historia». Sin embargo, en las últimas décadas, no solo algunos investigadores e historiadores han puesto en duda esta afirmación, sino la misma Unión Europea a través de una resolución votada hace cuatro años en su parlamento, en la que situaba oficialmente al comunismo al mismo nivel que el nazismo.
La votación
El resultado fue aplastante: 535 votos a favor, 66 en contra y 52 abstenciones. Fue el 19 de septiembre de 2019, con el que condenaron que «ambos regímenes cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones, y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad».
Los europarlamentarios pedían, además, que todos los Estados miembros «hagan una evaluación clara y basada en los crímenes y actos de agresión perpetrados por los regímenes comunistas totalitarios y el régimen nazi». A pesar de su trascendencia histórica, esta resolución pasó desapercibida en la gran mayoría de los medios de comunicación, lo que resulta curioso si tenemos en cuenta que dicha comparación ha sido un debate recurrente entre los historiadores más prestigiosos del mundo desde la caída de la URSS hace tres décadas.
En 1995, por ejemplo, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski llegó a la siguiente conclusión en su libro ‘El imperio’ (Anagrama): «Si podemos establecer la comparación, el poder destructor de Stalin fue mucho mayor. La destrucción realizada por Hitler no duró más de seis años, mientras que Stalin empezó su terror en los años veinte y llegó hasta 1953. Su poder se mantuvo 30 años y la maquinaria de terror se prolongó mucho más. No es que Hitler fuese mejor, pero no tuvo tanto tiempo». No hay que olvidar que a Lenin ya se le responsabiliza antes de tres millones de muertes desde que tomó el poder en 1917 hasta su salida en 1924, sin incluir las registradas en la guerra civil.
De 50 a 88 millones
El debate alcanzó su punto álgido en 1997, con la publicación del ‘Libro negro del comunismo’ a raíz del 80 aniversario de la Revolución de Octubre. Fue redactado por un grupo de historiadores bajo la dirección del investigador francés Stéphane Courtois, que se esforzó por hacer un balance preciso y documentado del verdadero coste humano del comunismo. Se apoyó en la información desclasificada de los archivos de Moscú y estableció un cómputo final sobrecogedor: cien millones de muertos, cuatro veces más que la cifra atribuida por estos mismos autores al nacionalsocialismo de Hitler.
El balance no fue una revelación, a pesar de todo. Numerosos investigadores ya se habían interesado en los años previos por los gulag, las hambrunas provocadas por Stalin en Ucrania y las deportaciones masivas de los disidentes del régimen soviético. En 1989, el politólogo Zbigniew Brzezinski ya había establecido los muertos del régimen soviético en 50 millones, en su obra «El gran fracaso: nacimiento y