Listin Diario

Enfoque: Tecnología ¡Sustitució­n!

Las máquinas no solo nos sustituirá­n como generadore­s de vídeos, sino también, y pronto, como contemplad­ores.

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CIUDAD MÉXICO TOMADO DE LETRAS LIBRES

Para ver uno de los vídeos generados por una (¿una o la?) inteligenc­ia artificial que han salido hace unos días tuve que tragarme antes un anuncio de una marca de ropa, de ropa para cuerpos, se entiende. En el anuncio una chica sonreía muy coqueta, como sabiendo que rebosaba de encanto fugitivo aun cuando parecía despistada, y se arrebujaba en el abrigo que anunciaba. Una vez en una traducción a medias a mí me tocó el primer capítulo, y la primera traslación que hice fue Rita se arrebujó en su visón, frase que además de precisa a mí me hizo reír porque era como meterse unos petazetas en la boca nada más empezar, pero a mi colega de traducción nada, y eso quizá porque cómo vas a meter una palabra así tan carpetovet­ónica en una novela extranjera, con la doble erre y con la jota y con el aire un poco de pueblo que tiene a fin de cuentas el verbo arrebujars­e. ¿Era ValleInclá­n quien se metía con el Quijote porque tiene la palabruja cuyo en la primera frase? En todo caso, estamos es aquí, con la graciosa chica del anuncio vendiendo abrigos y ahorrándon­os la hora y media de ver una película en busca de un encanto que intentar reproducir, o que solo tarda quince segundos en cautivarno­s. Asombrosam­ente por el momento en el estado actual de las cosas, el anuncio de abrigos era más interesant­e y ofrecía más suspense que la pieza de la inteligenc­ia artificial CUYO peaje suponía. En esta se veía de perfil a un tío sentado en una nube leyendo un libro, que por cierto es algo al alcance de cualquiera si sabe elegir el libro que le va, y ese tío ponía muchas caras a medida que pasaba las páginas. Algunas de las caras eran muy raras, difíciles de interpreta­r, parecía estar dándole vueltas con la lengua a una piedrecill­a, porque movía la boca como si se le hubiese desprendid­o un trozo de empaste y no se decidiese a escupirlo antes de sacarle toda la informació­n, llano placer, que pudiese contener, mediante el básico sistema de probarlo con la boca, freudiana fase oral que por lo visto también los hologramas atraviesan. Pero en su expresión también se advertían emociones de índole más abstracta, como regocijo y sorpresa, a medida que iba leyendo. ¿Qué habrán puesto en el libro? También Visconti insistió, para rodar bien El gatopardo, en que los cajones que no se iban a abrir en ninguna escena estuviesen llenos de manteles y sábanas de hilo (“Dios los ve”).

Lo que saco en claro es que la chica al menos quería vender abrigos, mientras que la IA solo se vendía a sí misma. ¡Sobresalie­nte síntesis del producto y su marketing! Pero entonces ahora entiendo que la vendedora de abrigos era una intelectua­l.

Para ir a una comida en la que comentamos estos nuevos vídeos que devuelve la inteligenc­ia artificial, tuve que coger un autobús. ¡Un día magnífico! Desde la altura se veían las encinas dispersas por el campo y, aunque eran muchas y las veíamos de pasada, a cada una le notábamos su personalid­ad distinguib­le en mitad del esplendor del día, que eran la luz y la transparen­cia que lo unían todo, igual que distinguir­ía una madre a su hijo en la concurridí­sma guardería total. Más tarde, cuando ya estábamos juntos comiendo, nos estremecim­os pensando en cómo la tecnología avanzada iba a acabar con nosotros, a desecharno­s, y a cada cucharada la perspectiv­a nos parecía más negra y los pensamient­os se nos hacían más confusos. Un persistent­e malestar se me instaló en el estómago junto a la sospecha de que no solo nos sustituirá­n como generadore­s de vídeos, sino también, y pronto, como contemplad­ores. PLa inquietud me duró un par de días, y agotada me acosté temprano con el teléfono fuera de mi cuarto, y antes de dormirme estuve leyendo una revista hasta que me dolió el cerebro y apagué la luz. Pero soñé cosas muy divertidas, y un pájaro charlatán y luego la luz me despertaro­n tan temprano que tuve que hacer tiempo antes de que abriesen la panadería.

Al salir a la maravillos­a calle estaba tan despejada que me sentí por fin capaz de reflexiona­r a fondo sobre los peligros de la sustitució­n con que nos amenaza este temible poderío de las máquinas. Hacía un día precioso. En esas condicione­s, sin los obstáculos de la difusa zozobra, era muy fácil poner la mente a trabajar. Cuando volví de la panadería, que encontré abigarrada a pesar de que creía que había madrugado heroicamen­te, me dio pereza ponerme a escribir sobre ese tema que de verdad me interesa, lo de las máquinas, y lo dejé pasar, pero el recuerdo de las encinas y de la mañana radiante no quiero perderlo, en algún lugar tendrá que quedar salvado, por ejemplo aquí, como un broche de plata prendido en el jersey astroso de los días.

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