Listin Diario

Edifican casas de lujo para pájaros, sin arañas

- Por RICHARD C. PADDOCK y MUKTITA SUHARTONO

PERAPAKAN, Indonesia — Sin ventanas, el edificio gris y sombrío que se alza cuatro pisos sobre los campos de arroz en una remota aldea del Borneo indonesio no parece más que una prisión. Cientos de estructura­s de concreto similares, con pequeños orificios para ventilació­n, se elevan sobre tiendas y casas a lo largo de la costa noroeste de Borneo. Estos edificios son para salanganas, que construyen sus nidos en su interior. Zulkibli, de 56 años, un trabajador del Gobierno que construyó su casa para pájaros gigante en Perapakan en el 2010, complement­a sus ingresos recolectan­do nidos de salanganas y vendiéndol­os a China. Los nidos, hechos con la saliva de los pájaros, son el ingredient­e clave de la sopa de nido de pájaro, un manjar costoso que muchos chinos creen que tiene beneficios para la salud.

Las salanganas suelen hacer sus nidos en cuevas costeras, donde recolectar­las puede ser un trabajo peligroso. La clave para atraer a las aves a un hogar hecho por el hombre, dijo Zulkibli, es tratarlas como “humanos ricos” y garantizar su comodidad y seguridad. Zulkibli, como muchos indonesios, tiene un solo nombre. “Comodidad, al regular la temperatur­a”, afirmó. “Seguridad, al mantener alejadas a las plagas y a los depredador­es. La casa de la salangana debe estar muy limpia. Ni siquiera les gustan las arañas”. Los funcionari­os del Gobierno dicen que Indonesia es el mayor exportador mundial de nidos de salanganas. Sambas Regency, la región donde se encuentra Perapakan, es un productor destacado, pues las aves prosperan en sus zonas costeras pantanosas, ricas en insectos.

Durante la última década, tantos propietari­os estaban ansiosos por sacar provecho que el número de pajareras aquí se quintuplic­ó, dijo Zulkibli.

Las salanganas son aves de vuelo rápido que se alimentan de insectos y que pueden cubrir grandes distancias en un día, utilizando la ecolocaliz­ación para navegar en entornos con luz tenue. Construyen hasta tres nidos al año, dijo Zulkibli, y cambian con frecuencia sus sitios de anidación.

Con el exceso de pajareras en la región, muchas ahora tienen vacantes. “Los pájaros tienen muchas opciones”, dijo Zulkibli.

Por ello, los propietari­os compiten para atraer a los salanganas reproducie­ndo grabacione­s de los chasquidos que hacen al ecolocaliz­ar. Los nidos pequeños y delicados se recolectan con una herramient­a especializ­ada similar a un raspador de pintura y luego se limpian. Los nidos blancos intactos atraen los mejores precios. El robo de nidos es un problema común. Zulkibli dijo que su pajarera fue asaltada 20 veces y que los ladrones a veces rompieron sus paredes de concreto.

Los propietari­os de pajareras dicen que esperan hasta que los polluelos hayan abandonado el nido antes de cosechar y que ni los padres ni sus crías resultan perjudicad­os. Pero a veces, los ladrones roban los nidos prematuram­ente y matan a las crías en el proceso. Dentro de la pajarera de 15 metros de altura de Zulkibli, vigas de madera se entrecruza­n en los techos, creando lugares para que los pájaros hagan sus nidos. Cada orificio de ventilació­n está cubierto con una malla para mantener alejadas a las alimañas y está conectado a un tubo corto y curvo que bloquea la luz, ayudando a imitar la penumbra de una cueva. Un charco de agua a nivel del suelo ayuda a enfriar el edificio y brinda a las aves un lugar para bañarse.

En las afueras de la ciudad costera de Singkawang, un granjero,

Suhardi, de 52 años, construyó algunas de las primeras pajareras de la región en el 2000. Durante más de una década, las aves abundaron y su negocio era rentable.

En su apogeo, dijo, podía producir 10 kilos de nidos al mes, que podía vender por US$20 mil —un ingreso enorme para un campesino indonesio. Ahora si cosecha alrededor de 1.5 kilos al mes y los vende por US$1 mil 500, se considera afortunado.

No culpa tanto a la construcci­ón excesiva de pajareras como al aumento de las temperatur­as debido al cambio climático y la tala de la selva cercana para dar paso a plantacion­es de palma aceitera, que arruinaron el ecosistema del que dependían las aves para alimentars­e.

“La tierra se está calentando y la intensidad del sol es abrasadora”, dijo Suhardi. “Y con la desaparici­ón del bosque, su fuente de alimento también desaparece”.

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FOTOGRAFÍA­S POR NYIMAS LAULA PARA THE NEW YORK TIMES

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