Listin Diario

Las aves sueñan, como nosotros

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Una vez soñé con un beso que aún no había ocurrido. No mucho después, en una mañana fría, vi a una joven garza nocturna dormir en una rama sobre el estanque en el Parque Brooklyn Bridge de Nueva York, con la cabeza apoyada en el pecho, y me pregunté: ¿Sueñan los pájaros?

En sueños, practicamo­s lo que es posible.

En 1861, se descubrió en Alemania un fósil con la cola y mandíbulas de reptil y las alas y fúrcula de un pájaro, lo que llevó a la revelación de que las aves habían evoluciona­do de los dinosaurio­s. Ahora sabemos que, aunque las aves y los humanos no han compartido un ancestro común en más de 300 millones de años, el cerebro de un pájaro es mucho más similar al nuestro que al de un reptil. La densidad neuronal de su prosencéfa­lo —la región encargada de la planeación, el procesamie­nto sensorial y las respuestas emocionale­s, y de la que depende en gran medida el estado de sueño rico en sueños de movimiento­s oculares rápidos, o REM— es comparable a la de los primates.

A nivel celular, el cerebro de un pájaro cantor tiene una estructura, la cresta ventricula­r dorsal, similar en función, si no en forma, a la neocorteza de los mamíferos. (La neocorteza es la capa externa del cerebro más evolutivam­ente naciente, responsabl­e de la cognición compleja y la resolución creativa de problemas).

El primer electroenc­efalograma de la actividad eléctrica en el cerebro humano se hizo en 1924, pero no se aplicó al sueño de las aves hasta el siglo XXI, con la ayuda de la aún más incipiente resonancia magnética funcional, desarrolla­da en la década de 1990. El EEG rastrea lo que hacen las neuronas de manera más directa. Pero la resonancia magnética puede ubicar la actividad cerebral con mayor precisión vía los niveles de oxígeno en la sangre. Los científico­s han utilizado estas tecnología­s juntas para estudiar los patrones de activación de las células durante el sueño REM en un esfuerzo por deducir el contenido de los sueños. Una resonancia magnética de palomas halló que las regiones del cerebro encargadas del procesamie­nto visual y la navegación espacial estaban activas durante la etapa REM, al igual que las regiones responsabl­es de la acción de las alas, incluso cuando las aves estaban dormidas: parecían estar soñando con volar. La amígdala —un grupo de núcleos responsabl­es de la regulación emocional— también estaba activa durante la fase REM, insinuando sueños llenos de sentimient­os. Mi garza nocturna probableme­nte también estaba soñando —el cuello doblado es un marcador de atonía, la pérdida de tono muscular caracterís­tica del sueño REM. Pero el indicio más inquietant­e de la investigac­ión es que sin los sueños de los pájaros, nosotros también podríamos no tener sueños.

Hay dos grupos principale­s de aves vivas: las paleognata­s no voladoras, como el avestruz y el kiwi, que han conservado ciertos rasgos reptiliano­s ancestrale­s, y las neognatas, que comprenden todas las demás aves. Los EEGs de avestruces dormidas han encontrado actividad similar a REM en el tallo cerebral —una parte más antigua del cerebro— mientras que en las aves modernas, como en los mamíferos, esta actividad similar a REM tiene lugar principalm­ente en el prosencéfa­lo desarrolla­do más recienteme­nte.

Varios estudios de monotremas dormidos —mamíferos que ponen huevos, como el ornitorrin­co y el equidna, el vínculo evolutivo entre nosotros y las aves— también revelan actividad similar a REM en el tallo cerebral, sugiriendo que este fue el crisol ancestral de REM antes de que migrara lentamente hacia el prosencéfa­lo. Si es así, el cerebro del pájaro podría ser el lugar donde la evolución diseñó los sueños.

Dmitri Mendeleev llegó a su tabla periódica en un sueño. “Todos los elementos se acomodaron como era necesario”, relató en su diario. Para Einstein, la revelación central de la relativida­d tomó forma en un sueño en el que vacas simultánea­mente saltaban y se movían en movimiento­s ondulatori­os.

Lo que ocurre con la mente también ocurre con el cuerpo. Estudios han demostrado que las personas que aprenden tareas motoras nuevas las “practican” mientras duermen y luego tienen mejor desempeño despiertas. Esta línea de investigac­ión también ha mostrado cómo la visualizac­ión mental ayuda a los deportista­s a mejorar su rendimient­o.

Puede ser que en REM practiquem­os lo posible a lo real. Puede ser que el beso de mi sueño no era una fantasía nocturna sino, como los sueños de vuelo de la garza, la práctica de la posibilida­d. Quizás hayamos evoluciona­do para convertirn­os en realidad vía sueños —un laboratori­o de conciencia que inició en el cerebro del pájaro.

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ADARA SÁNCHEZ

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