Feminismo o revolución
Repasando la trayectoria de la mujer en la historia, hay que admitir que la humanidad se ensañó con ella privilegiando a los varones. Tras ser “creada” utilizando una costilla del hombre, fue condenada a un segundo plano; debía “sujetarse” a sus mandatos y le fue prohibido ejercer cualquier tipo de dominio sobre el varón. (Salomón se encargó de remarcar ese predominio masculino: habría tenido 1.000 mujeres entre cónyuges y concubinas). Tamaña injusticia debía ser reparada en algún momento, aunque la lentitud de este proceso ha sido pasmosa. Milenios han transcurrido y las cosas aún no se resuelven del todo, ni con equidad.
Dando un gran salto en la historia, esas narraciones bíblicas se incorporaron a la literatura universal y son múltiples las obras que, siendo ingeniosas y picarescas, han trascendido en el tiempo llevando consigo una absurda carga de superioridad masculina y, correlativamente, de subestimación de la mujer. En plena época del humanismo europeo se seguía pensando que la mujer debía hablar poco o mejor aún, callar. Oscar Wilde afirmaba que “la única forma de tratar a una mujer era haciéndole el amor, si era bonita, o haciéndolo con otra, si aquella era fea. Goethe confesaba que lo mejor de su amada eran sus silencios. Más cercana a nosotros por razones históricas, la literatura española mantuvo esa tendencia a través de escritores como Fernando de Rojas (La Celestina) o Zorrilla (Don Juan Tenorio), exaltando el señorío e hidalguía masculinos como valores que cruzaron el océano y que todavía forman parte del machismo latinoamericano.
El lento camino de la redención de la mujer se pensó abreviar con el advenimiento del feminismo, un movimiento que pretendía lograr la justa reivindicación de la mujer, pero que exhibió también subproductos como el afán hegemónico, apuntando a revertir la situación trastocando simplemente la posi- ción de los protagonistas.
En el ámbito político (que particularmente me interesa), el derecho a sufragar debió sortear enormes escollos, y en los Estados Unidos, país que lideraba en América la implantación de la democracia, recién en1920 se le concedió a la mujer el derecho a votar en elecciones nacionales.
Nuestro actual Gobierno ha confiado a incontables mujeres el protagonismo en muchos de sus planes políticos. Si ellas no son autoras de estos, al menos son sus principales voceras y sostenedoras. Y lo hacen con decidida vehemencia y domesticidad revolucionarias, hasta el punto en que se hace difícil precisar si lo que observamos en ellas son muestras de un desorbitado feminismo o manifestaciones de su inflamado espíritu revolucionario.
Está por caer la “corona” milenaria que se han ceñido los hombres, y una simple prueba de ello es el proyecto de reformas a la institución matrimonial, en el que se aprecia el virtual “derrocamiento” del supuesto monarca, sin dar al propio tiempo la solución sustitutiva que busque preservar esa institución fa- miliar. Nuestra ley prescribía que, ante el silencio de los contrayentes, se presumía que la administración de la sociedad conyugal la ejercería el marido, a quien se le prohibía paralelamente afectar o disponer de bienes inmuebles sin autorización expresa de la mujer. Tal autorización se exigía también para disponer de automotores y de acciones o participaciones sociales. En pocas palabras, se erigió un blindaje protector de la integridad del patrimonio conyugal. Según el proyecto “revolucionario” al que pude tener acceso, se elimina esa presunción “machista” y se establece como solemnidad sustancial del contrato matrimonial, la designación de administrador(a) al momento de contraer matrimonio. Surgen entonces algunos interrogantes: ¿si se omite una solemnidad sustancial del matrimonio, este deviene nulo, como lo visualizó una asambleísta de AP? ¿Qué se ha previsto para hijos de un matrimonio nulo o anulado? ¿Qué ocurrirá con los créditos de terceros? ¿Por qué no se previó la destitución de la autoridad que formalizó un matrimonio a sabiendas nulo?
No dar soluciones a problemas solucionables es dar paso a la anarquía. Descifre usted si esa presumible anarquía familiar obedecerá a una simple vindicta feminista o a la ingenua adopción de fórmulas revolucionarias del reencauchado marxismo de este siglo.
Está por caer la “corona” milenaria que se han ceñido los hombres, y una simple prueba de ello es el proyecto de reformas a la institución matrimonial...’.