La Escuela de Guayaquil
La Escuela es una construcción mental. Es una manera de pensar, de hablar, de aprender, de actuar y de vivir. De pensar críticamente, en forma original, analizando la realidad, entendiendo las cadenas de causa y efecto, reverenciando la libertad, apreciando los espacios ajenos, tolerando las diferencias y respetando la individualidad. Hablar con propiedad y claridad, sabiendo callar y escuchar, evitando los adjetivos y deteniéndose a pensar antes de pronunciarse. Aprender preguntando y cuestionando, asimilando las experiencias, observando la realidad, estudiando sin memorizar y buscando la originalidad. Actuar con serenidad, hallar el medio entre la exuberancia y la depresión, ser consecuente y leal, contar la honestidad como virtud. En suma, vivir honorablemente, practicando lo que se predica, dejando huella.
Las reglas de la Escuela, inspiradas en el Alfabeto para un niño, de José Joaquín de Olmedo, nos trasladan hacia la historia del colectivo guayaquileño. Una historia rica en gente ilustre, de triunfos y tragedias, inspirada por el individualismo positivo complementado con la más arraigada tradición de filantropía y solidaridad. La Escuela nos enseña que la historia y la economía se enhebran: dos de los más prominentes guayaquileños, Olmedo y Rocafuerte, eran liberales y libertarios antes de que tales términos se inventaran. Eloy Alfaro, impulsor de la única revolución dig- na de tal apelativo, se inspiró en las normas de la empresa privada y en la libertad de comercio para formular su plataforma política de transformación, transformación que rompió los paradigmas de la servidumbre y el dominio del clero en el poder temporal.
Fue la tradición económica de libertad la que impulsó a los empresarios de estos lares a tomar los riesgos del capital para desarrollar la agricultura, innovar la industria, proveer los servicios y sembrar en la colectividad la idea de que la riqueza de las naciones se origina, con exclusión de cualquier alternativa, en el mercado, en los vínculos con el gran mundo, y en la práctica de la democracia representativa, ajena a las dictaduras de cualquier color o estirpe. La Escuela nos enseña que Guayaquil es un magneto, y ejerce una fuerte atracción gravitacional, pues la vocación de libertad se traduce en oportunidad económica.
Más allá de la historia y la economía, la cultura y las tradiciones amarran la estructura de la colectividad. Contradiciendo cualquier idea errónea, Guayaquil es cuna prolífica de intelectuales, escritores costumbristas, literatos, pintores, escultores, poetas, músicos – insignes muchas de ellas y ellos.
Hay costumbres que definen la cultura, y es la cultura la que preserva las tradiciones. Si pensamos, hablamos, aprendemos y actuamos de acuerdo a lo que somos: entonces seremos aprovechados alumnos de la Escuela.
El futuro se hace forjando la identidad. En el ámbito social, político, económico y de las artes, la Escuela de Guayaquil debe ser el punto de partida y la guía para ejercer el arte de gobierno, el manejo de la prosperidad, la previsión frente a la adversidad, el impulso de la creatividad y, envolviendo todo ello, el reconocimiento del extraordinario poder de las ideas.
“la riqueza de las naciones se origina... en el mercado, en los vínculos con el gran mundo, y en la práctica de la democracia ajena a las dictaduras...’.