Populismos
Al término “populismo” cada quien lo usa a su conveniencia. Es una etiqueta tan maleable que cualquiera acusa con ella al interlocutor político cuya conexión electoral no logra explicar racionalmente. Parece casi un comodín para cubrir las falencias de la ciencia política.
El mal no nace aquí. Los expertos norteamericanos y europeos en teorías del desarrollo afamaron el término al connotar negativamente a líderes de países lejanos. Por eso será que la relación entre “líder populista” y “pa- ís del tercer mundo” ya reside en nuestra mente: las dos etiquetas se cocinaron en los mismos escritorios.
Tampoco es pura coincidencia ni ignorancia de los académicos del norte. Nosotros mismos hemos ayudado a perennizar en la opinión pública la imagen de cierto liderazgo latinoamericano, en clave de realismo mágico. Lleno de patriarcas, presidentes, alcaldes y generales místicos, el libro de nuestra historia nos recuerda ese folclor popular que distingue a nuestros líderes del servicio público racional, legal y profesional supuestamente propio de los regímenes “desarrollados”.
Pero los tiempos cambian y quienes antes señalaban a nuestros países como cuna de populismo, hoy lo viven y denuncian dentro de sus fronteras. Nadie comprende a Trump o Putin, fenómenos políticos a los que entonces han decidido llamar populistas. Será tal vez porque la política moderna, volátil, de infinitas micro tendencias e intereses atomizados, globalizada con ayuda de nuevas tecnologías, no ha podido ser explicada y liderada con las herramientas técni-
Pero los tiempos cambian y quienes antes señalaban a nuestros países como cuna de populismo, hoy lo viven y denuncian dentro de sus fronteras’.