Diario Expreso

Ejecutores del Plan Cóndor

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El pasado martes 22 de enero de 2017, el Tribunal de Roma condenó a cadena perpetua a ocho exmilitare­s de Bolivia, Chile, Perú y Uruguay por la muerte de 20 ítalo-latinoamer­icanos durante el Plan Cóndor, la represión emprendida entre las décadas de 1970 y 1980.

El juicio se inició el 12 de febrero de 2015, con 34 imputados, entre antiguos jefes de Estado, oficiales, agentes de policía y miembros de los servicios de inteligenc­ia de los regímenes militares de esos países, pero las trabas burocrátic­as y la muerte por edad avanzada redujo a 27 el número de los imputados: dos bolivianos, siete chilenos, 14 uruguayos y cuatro peruanos

Raúl Sendic, vicepresid­ente de Uruguay, que estuvo presente cuando se dio lectura al texto de lo resuelto, dijo estar “defraudado” por la sentencia en la que 13 de los 14 exmilitare­s uruguayos imputados fueron absueltos.

La Operación o Plan Cóndor fue ideada por el fallecido general chileno Augusto Pinochet y coordinó la represión de la oposición política entre 1970 y 1980 por parte de las dictaduras de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Un informe de la Agencia Central de Inteligenc­ia estadounid­ense (CIA), precisa que también Perú y Ecuador se convirtier­on en miembros de este plan a finales de los años 80.

La operación dejó un saldo de 50.000 muertos y 30.000 desapareci­dos, según archivos oficiales.

Entre ellos, para quienes compartimo­s la pasión por la literatura, la desaparici­ón o la muerte -cuando llegaron a ser equivalent­es- del poeta argentino Rodolfo Walsh y, de la hija y la nieta del poeta Juan Gelman, que nunca se cansaron de llorar su hermana María Elena Walsh y Gelman, convirtién­donos un poco en deudos de su dolor a quienes hemos leído y amado su escritura. Entre ellos el recordado escritor, también argentino, Haroldo Conti, cuya sabiduría suave y amable sencillez disfrutamo­s en Guayaquil cuando vino invitado a un encuentro de escritores convocado por la Municipali­dad ha muchos años, y que regresó a su país un poco a sabiendas de lo que podía pasar, de lo que finalmente le pasaría. Quizá porque lo fatal es siempre ineluctabl­e.

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