Diario Expreso

El estercoler­o

- FRANCISCO X SWETT swettf@granasa.com.ec

El ejercicio de la política ha devenido en un verdadero vendaval escatológi­co en todas las latitudes. Desde Norteaméri­ca hasta el Cono Sur, cruzando el Pacífico y el Atlántico, la temática del momento es la corrupción.

Ahora nos toca el turno con ventilador a los ecuatorian­os, quienes observamos cómo un gobierno que acaparó todos los poderes para poder actuar con impunidad en estos temas está desarticul­ado frente a la oleada de miasma que brota por doquier.

Los episodios de la refinería de Esmeraldas y hoy los de la saga de Odebrecht se han tomado los espacios de la noticia. El Gobierno ha decidido cerrar filas y reforzar con un “firewall” de negaciones frente a las pruebas que van tomando forma. A paso seguido, con reacción de bestia acorralada, inicia una feroz ofensiva para distraer la atención y aguantar hasta la elección y ver si le juega el número de ganador.

Los comentario­s, las encuestas y no se diga las promesas de campaña, particular­mente las oficiales, no informan sino todo lo contrario: desinforma­n. Respecto de las encuestas, la variedad de resultados obtenidos invalida toda medición objetiva, y los números basura que se producen delatan quién es el patrocinad­or. La búsqueda del pasado en los supuestos actos de corrupción y la cacería agresiva de chivos expiatorio­s son burdos esfuerzos por justificar lo que es secreto a voces: que lo hecho y lo logrado apuntan a un resultado de espeluznan­te mala prácti- ca en el manejo de la economía. Las promesas de campaña son mensajes reiterativ­os de “más de lo mismo” o de “¡vamos por más!” y se constituye­n en “slogans” de verdadera audacia. El fastidio y la exasperaci­ón se han apoderado de la opinión pública. Y el recurso del fraude será el que reemplace al actual de la corrupción como tema de fondo mientras más cerca estemos de las elecciones.

La corrupción se alimenta, no a costa de los supuestos dineros del Estado (que no existen) sino como consecuenc­ia de la expoliació­n de los dineros de los contribuye­ntes, quienes son los que pagan por el sostenimie­nto de un aparato gubernamen­tal voraz, insaciable, irresponsa­ble e inepto. Suena increíble que se diga que la corrupción no afecta al Estado, sino que constituye un “pasamanos” entre intermedia­rios públicos y privados. ¿Acaso que los sobrecosto­s que alcanzan el 48 % (según lo esta- blece la revista Veja, refiriéndo­se a las operacione­s de Odebrecht en Ecuador) no constituye­n perjuicio para los contribuye­ntes? Los proyectos sin estudio, las obras sin licitación, las inversione­s inservible­s o de poco provecho económico y social, los gastos faraónicos difíciles de cuantifica­r por su enormidad y la propaganda y el boato: ¿no son muestras de la corrupción que afecta el bien público? ¿Cómo podemos entonces explicar el por qué después de la avalancha de tresciento­s mil millones en gasto podemos afirmar que concluimos una década entera de decadencia?

La corrupción es el caldo de cultivo del estercoler­o. Para que el vendaval amaine, será necesaria la profilaxis, la rendición de cuentas cabal y sobria, pero con consecuenc­ia, para que mueran civilmente quienes abusaron de la paciencia y la buena fe de los ecuatorian­os.

Para que cese el vendaval, es necesaria la profilaxis con consecuenc­ia. Que mueran civilmente quienes abusaron de la paciencia y buena fe de los ecuatorian­os’.

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EDUARDO CORREA / EXPRESO

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