El estercolero
El ejercicio de la política ha devenido en un verdadero vendaval escatológico en todas las latitudes. Desde Norteamérica hasta el Cono Sur, cruzando el Pacífico y el Atlántico, la temática del momento es la corrupción.
Ahora nos toca el turno con ventilador a los ecuatorianos, quienes observamos cómo un gobierno que acaparó todos los poderes para poder actuar con impunidad en estos temas está desarticulado frente a la oleada de miasma que brota por doquier.
Los episodios de la refinería de Esmeraldas y hoy los de la saga de Odebrecht se han tomado los espacios de la noticia. El Gobierno ha decidido cerrar filas y reforzar con un “firewall” de negaciones frente a las pruebas que van tomando forma. A paso seguido, con reacción de bestia acorralada, inicia una feroz ofensiva para distraer la atención y aguantar hasta la elección y ver si le juega el número de ganador.
Los comentarios, las encuestas y no se diga las promesas de campaña, particularmente las oficiales, no informan sino todo lo contrario: desinforman. Respecto de las encuestas, la variedad de resultados obtenidos invalida toda medición objetiva, y los números basura que se producen delatan quién es el patrocinador. La búsqueda del pasado en los supuestos actos de corrupción y la cacería agresiva de chivos expiatorios son burdos esfuerzos por justificar lo que es secreto a voces: que lo hecho y lo logrado apuntan a un resultado de espeluznante mala prácti- ca en el manejo de la economía. Las promesas de campaña son mensajes reiterativos de “más de lo mismo” o de “¡vamos por más!” y se constituyen en “slogans” de verdadera audacia. El fastidio y la exasperación se han apoderado de la opinión pública. Y el recurso del fraude será el que reemplace al actual de la corrupción como tema de fondo mientras más cerca estemos de las elecciones.
La corrupción se alimenta, no a costa de los supuestos dineros del Estado (que no existen) sino como consecuencia de la expoliación de los dineros de los contribuyentes, quienes son los que pagan por el sostenimiento de un aparato gubernamental voraz, insaciable, irresponsable e inepto. Suena increíble que se diga que la corrupción no afecta al Estado, sino que constituye un “pasamanos” entre intermediarios públicos y privados. ¿Acaso que los sobrecostos que alcanzan el 48 % (según lo esta- blece la revista Veja, refiriéndose a las operaciones de Odebrecht en Ecuador) no constituyen perjuicio para los contribuyentes? Los proyectos sin estudio, las obras sin licitación, las inversiones inservibles o de poco provecho económico y social, los gastos faraónicos difíciles de cuantificar por su enormidad y la propaganda y el boato: ¿no son muestras de la corrupción que afecta el bien público? ¿Cómo podemos entonces explicar el por qué después de la avalancha de trescientos mil millones en gasto podemos afirmar que concluimos una década entera de decadencia?
La corrupción es el caldo de cultivo del estercolero. Para que el vendaval amaine, será necesaria la profilaxis, la rendición de cuentas cabal y sobria, pero con consecuencia, para que mueran civilmente quienes abusaron de la paciencia y la buena fe de los ecuatorianos.
Para que cese el vendaval, es necesaria la profilaxis con consecuencia. Que mueran civilmente quienes abusaron de la paciencia y buena fe de los ecuatorianos’.