¿Vox populi?
Empezó todo con los muertos que votan, a quienes se sumaron los extranjeros que hayan pernoctado alguna vez en el país. Los números fueron inflados para manipular los porcentajes y poder aplicar cómodamente la fórmula que determina la elección de un presidente por minorías tan pobres como un 28 % del electorado. Se hizo gala del uso de los recursos del Estado como instrumento del partido de Gobierno, y entretanto la Fiscalía sufrió de parálisis total frente a los actos de corrupción, pero agilidad en la búsqueda de chivos expiatorios.
Fueron estos los prolegómenos de una elección que pasará a la posteridad como uno de los episodios bochornosos en la historia del país.
Luego del evento electoral aparecerían en los basureros las actas y votos del candidato de la oposición; los paquetes de votos premarcados a favor del candidato del Gobierno; se sabría que las máquinas de escáner no leen los ceros a la derecha en los resultados de determinados candidatos; que los digitadores estarían comprados; y veríamos estupefactos que no hay ninguna cadena de custodia.
Mientras esto ocurre, los altos mandos militares pasarían su tiempo en deliberaciones baladíes, reforzando la percepción que se tiene de sus actuales altos mandos como soldados de poca monta. Ocurriría que la tecnología “de punta” falló al llegar al 80 % en dos horas, para de tal for- ma poder posponer cualquier anuncio y sortear la inevitabilidad de una segunda vuelta.
El legislativo, adonde se llega no para representar a los distritos, sino para alzar las manos en obediencia, se proyecta que estará mayoritariamente poblado por gente que exhibe escasa o ninguna cultura política.
Los votos son de primera, segunda y tercera, por la aplicación de fórmulas perniciosas como la d’Hondt, que dan preferencia al sufragio descerebrado. Las papeletas son impenetrables, las consultas hi-
En el mundo civilizado un evento electoral como el actuado sería de nulidad absoluta, y sus propiciadores estarían en la cárcel por viola la fe pública’.