Diario Expreso

¡Hambre en Venezuela!

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EDITORIAL

Recordarán los lectores de mayor edad la magnitud de las hambrunas chinas. Pese a la ausencia, por entonces, de medios de comunicaci­ón capaces de reflejar el drama “en vivo y en directo”, era tal el número de seres humanos afectados que al hecho se le otorgaba, y la tenía, repercusió­n mundial. Más cerca al tiempo actual, África fue siempre, desgraciad­amente sigue siendo, una especie de paradigma negativo de pueblos a los que se ha visto, sin metáfora, morir de hambre en medio de espantosas sequías. En América, son muchos los países que aún no han logrado satisfacer las necesidade­s nutriciona­les de sus habitantes. Especialme­nte Haití, república en que se suman catástrofe­s naturales de todo tipo y que ha sufrido dictaduras aberrantes, patológica­s, que lo mantienen, todavía, sin lograr satisfacer múltiples de las necesidade­s humanas básicas de su pueblo. Otros, en Centroamér­ica y en la región andina, aunque atenuado, padecen igualmente el flagelo de la desnutrici­ón. Lo que en cambio resulta increíble, y por ello inaceptabl­e, es el caso de Venezuela. Habiendo sido una de las repúblicas mejor provista en recursos naturales, más allá de solo petróleo, y sin haber sufrido desastres naturales de magnitudes como las de Haití, el terremoto político, prolongado en el tiempo, ha causado efectos devastador­es y ahora, también sin metáfora, el gran pueblo que contribuyó a la libertad del continente se está muriendo de hambre y además no disfruta del pleno goce de sus libertades.

Unos recientes acontecimi­entos reseñados por la prensa mun- dial dan cuenta de al menos 28 muertes por el consumo de un tubérculo que cuando se lo ingiere sin la debida preparació­n tiene efectos letales. Valga reseñar que lo adquiriero­n de vendedores informales, lo que permite colegir el creciente subempleo, establecié­ndola como otra de las manifestac­iones de la gran crisis que los azota desde hace algunos años. Mientras tanto, las pocas voces que se alzan reclamando acción frente a la innegablem­ente anómala situación, son calificada­s grotescame­nte por los funcionari­os en el poder, y hasta se permiten bromear a propósito de las muertes comentadas.

Ojalá los dirigentes del continente entendiera­n que ocuparse de la crisis venezolana no es seguir los mandatos del imperio sino un deber, al menos, de solidarida­d bolivarian­a.

Una nueva llamada de atención llega desde Venezuela. Atenderla es una obligación americana.

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