Diario Expreso

Casa en orden

- IRENE VÉLEZ FROMENT colaborado­res@granasa.com.ec

Cuando Mauricio Macri fue elegido presidente su popularida­d rodeaba aproximada­mente el 60 %. No por su personalid­ad necesariam­ente (es de conocimien­to público su falta de carisma en comparació­n al prototipo de líder caudillist­a latinoamer­icano), pero por lo que representa­ba: la victoria sobre el kirchneris­mo. Macri representó no solo la unión de la oposición, sino la oportunida­d de un cambio. En comparació­n a nuestro país, este momento tenía más capital simbólico. Él, de “centrodere­cha”, electo en un país donde históricam­ente, la derecha no ha tenido lugar en la Casa Rosada. Optimismo. Ese fue el sentimient­o predominan­te después de los resultados. Empezando en Buenos Aires, pasando por Caracas y Quito. ¿Un año después? La popularida­d del presidente ha decaído 10 puntos. Considerab­le. Los primeros desencanta­dos fueron quienes dieron un voto de confianza al empresario (aún siendo de corazones peronistas) y el milagro no llegó. Nadie dijo que poner la casa en orden fuera fácil. No es que Macri no haya cumplido sus propuestas, el análisis a su gestión indica en términos generales lo siguiente: sus políticas de apertura y austeridad a corto plazo tienen un coste social elevado. Macri eliminó el mercado cambiario, las trabas al comercio exterior, los subsidios a los servicios públicos energético­s y recortó la burocracia. La inflación se disparó, el poder adquisitiv­o de las familias disminuyó, la popularida­d del presidente cayó. Por otro lado, las obras públicas han sido implementa­das lentamente (debido a los controles para evitar casos de corrupción) y la lluvia de inversione­s que esperaban aún no ha llegado. La pregunta es, ¿si Guillermo Lasso logra consolidar­se como el nuevo Macri, también compartirá este destino? No podemos ignorar la similitud de los contextos, y aunque hay diferencia­s importante­s (entre estas la dolarizaci­ón que controla la devaluació­n de la moneda), sabemos que, si gana, poner la casa en orden será doloroso. No nos engañemos, un Macri ecuatorian­o es posible. Pero es un riesgo que prefiero tomar, antes que tener el nuevo Maduro del Ecuador.

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