El malogro brasileño
EDITORIAL
El gigante sudamericano es tierra de vivos contrastes. Digno de admiración y de respeto, ofrece en su amplio territorio un caleidoscopio de naturaleza exuberante y ha realizado notables aportes al desarrollo de la especie humana.
Ocurre que Brasil no es solo fútbol y carnavales, aunque por ambos se lo conozca en el planeta. También sus hijos han brindado importantes contribuciones al ascenso del hombre y no hay grandilocuencia en la afirmación. Bastaría para probarla válida, recordar a personajes como Josué de Castro, que iluminó el siglo pasado con sus trabajos sobre la geografía del hambre y su geopolítica, advirtiendo de un mundo dividido entre los que no comen y los que no duermen. Los unos porque no tienen qué comer y los otros por miedo a lo que les puedan hacer los que no comen. Su paisano, Hélder Camara, continuó la tarea a partir de su condición sacerdotal, iluminando desde el obispado de Recife con voz recia, al sentido de la justicia, denunciando la pobreza y sus razones.
En otros campos de actividad, Carlos Chagas y Oswaldo Cruz se dedicaron a mejor conocer las patologías propias de la región y a mantener bajo control al mosquito transmisor de la fiebre amarilla y otras patologías virales. Buena falta hacen cuando entre ellas ha reaparecido la fiebre amarilla urbana.
Ahora, otra vez bajo el signo de la corrupción, la política agita la vida nacional y para colmo se devela una exportación de carne en mal estado que puede deteriorar su venta en los grandes mercados que la consumen.
Sin embargo, Brasil es más que el escándalo de Odebrecht. Cerca de diez mil graduados con títulos de doctorado y posdoctorado son una esperanza de futuro mejor, de educación liberadora, como quería en otro ámbito Paulo Freire. Su gente amable y festiva no se dejará derrotar por estos días amargos y aunque se aleja de momento la posibilidad de repetir el periodo denominado “el milagro brasileño”, tampoco se debe pensar que el “malogro” actual se eternizará.
Que Brasil es Belindia se ha caricaturizado, pues tiene de Bélgica y de la India. En efecto, la distribución del ingreso es notablemente desigual y se requiere una profunda renovación de sus cuadros dirigentes, públicos y privados que, cabe esperar, para su beneficio y el del continente, no tarde en darse. Así lo requiere América Latina.
Frente a los días duros que vive Brasil, bien cabe recordar su potencialidad para la grandeza’.