Otra vez el “buen salvaje”
La revista chilena The Clinic ha publicado una reciente entrevista con el filósofo francés Jacques Rancière a propósito de su visita a Valparaíso por la concesión de un doctorado “honoris causa”. Extrañamente, por lo menos para un latinoamericano que sufre la tragedia venezolana y los autoritarismos de los gobiernos que utilizan la fraseología de izquierda para sus desafueros, Rancière insiste en hablar de neoliberalismo, derecha, izquierda, términos por lo demás caducos, no por moda filosófica sino porque son utilizados para enmascarar atropellos a la libertad o formas de eludir las acusaciones de corrupción.
La permanente condena al neoliberalismo y la supuesta conjura que articula recuerda al complejo del “buen salvaje”, que los intelectuales franceses y también europeos padecen agudamente de forma esporádica. En el caso de dictadores como Chávez, por ejemplo, que han llevado a la destrucción a un país, creen encontrar al héroe redentor capaz de impulsar nuevos movimientos libertarios e igualitarios, producto de su lógica macondiana y de sus capacidades histriónicas no contaminadas por el pesimismo europeo. Maduro, su sucesor, sigue clamando contra el imperialismo y el neoliberalismo, mientras mata de hambre a su población y declara absurdas “guerras del pan”. Mucha verborrea pero no hay siquiera los medicamentos básicos en las farmacias. Por supuesto, esto es resultado de la conjura de los empresarios contra la revolución.
En los años sesenta del siglo pasado, muchos intelectuales franceses creyeron encontrar en Cuba la revolución socialista que no existía en ninguna parte y que la URSS había mostrado que era imposible. Huracán sobre el azúcar, fue el ingenuo pero militante panfleto de Sartre sobre Fidel y sus compañeros, del que luego tuvo que arrepentirse. Más adelante Foucault se fascinó con la revolución iraní del Ayatollah Khomeini. También tuvo que arrepentirse.
El romanticismo del “buen salvaje” no sería preocupante si se quedase en un relato de aventuras. Lo lamentable es que sus representantes son mortíferos.
El romanticismo del “buen salvaje” no sería preocupante si se quedase en un relato de aventuras’.