Diario Expreso

“En Guayaquil, el espacio público no es público”

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¿Usted está haciendo un doctorado sobre el espacio público. ¿Cuál es su tesis?

Es una reflexión sobre el espacio público, cómo se ha ido transforma­ndo su diseño en los últimos cien años. Sostengo que seguimos todavía con problemas del diseño en el espacio público: lo hacemos con rejas, barreras, a pesar de que la sociedad es cambiante. Soy optimista y puedo decir que en algunos casos en Guayaquil ya se puede abrir hacia la concepción original sobre lo que es un espacio público, que es para la gente, la interacció­n social, la recreación. En algunos casos ya se está haciendo y ha dado resultados positivos.

¿O sea que el espacio público en Guayaquil no es público?

El espacio público no es público actualment­e en Guayaquil. Desde el momento en que pones barreras o rejas ya lo privatizas. Si cierras las puertas a las doce de la noche ya no es público. No puedo levantarme a las cuatro de la mañana a trotar porque está cerrado. Solo me quedaría correr en la vía pública y eso trae otros problemas.

¿Y no es lo lógico cerrarlos por la insegurida­d y el vandalismo que existen en la ciudad?

Es una mala concepción pensar que la seguridad solamente se da a través de las barreras físicas. La seguridad se da educando a la ciudadanía en el espacio público. En un lugar donde se ven personas, comercio, luces, no hay problema; pero si ves un lugar cerrado, oscuro o vacío, que hay en muchos casos de Guayaquil, tú no vas allí porque te da miedo de que te vayan a robar Es una mala concepción el pensar que la seguridad solo se da a través de las barreras físicas. o que algo te vaya a pasar. El hecho de que esté cerrado, con guardias o cámaras, no garantiza la seguridad; la seguridad se puede alcanzar con el uso abierto del espacio público.

Eso suena bien, pero este Diario ha publicado casos que evidencian el vandalismo que sufren los parques y diferentes bienes públicos de Guayaquil.

Estamos acostumbra­dos a que la primera respuesta es cerrar, poner cámaras y guardias. En otras partes no es así. Pongo un ejemplo de la ciudad de Curitiba (Brasil), donde había un proyecto en que el alcalde puso un jardín, al día siguiente ya no había flores porque se las habían robado. La respuesta del alcalde fue volver a sembrar hasta que todo el barrio ya tenía la ornamentac­ión y no había necesidad de robarlas. Por eso no es necesario poner jardineras costosas, sino vegetación que sea llamativa con costos bajos para renovar con facilidad y así evitar el vandalismo.

¿Puede citar otros ejemplos de cómo fomentar su uso sin necesidad de cerrarlos?

Uno claro es la iluminació­n. La segunda estrategia que se puede llevar a cabo son las actividade­s de comercio, de recreación activa: una cancha de fútbol, patinaje, conciertos, bailoterap­ias, ejercicios. Otra cosa es el sentido de pertenenci­a de la población: si a un barrio le ha costado mantener o mejorar el espacio público, lo va a cuidar, porque sabe que le costó y los vecinos no dejarán que nadie vaya a maltratarl­o.

Invocar el sentido de pertenenci­a es optimista, tomando en cuenta que el vandalismo contra áreas y bienes públicos se lo ha atribuido a la falta de identifica­ción con la ciudad.

En Guayaquil, y generalmen­te en las poblacione­s de la Costa, no estamos acostumbra­dos al diseño participat­ivo, a la minga, a mejorar el barrio, pero no puedo decir que eso no exista en la ciudad. Aquí hay barrios que se ponen de acuerdo, todavía tienen ese sentimient­o de trabajo en conjunto para mejorar.

En Guayaquil, las ciudadelas y barrios envían oficios al Municipio para que les construya un parque. Pero cuando este se destruye, la ciudadanía pide que el Municipio lo repare.

Falta una labor en cadena, no se trata de determinar el proyecto, sino quién lo va a mantener. El Municipio puede colaborar con áreas verdes y el mantenimie­nto, pero en el mobiliario no hay capacidad administra­tiva que pueda alcanzar para mantener 100 % operativos todos los parques. Allí interviene la ciudadanía o asociación que se va a encargar de mantenerlo­s, es una voluntad de ambas partes.

¿Por cierto, la cantidad de es- pacio público que hay en Guayaquil en relación al número de habitantes es la adecuada?

Sigue siendo baja. Cuando comenzó el debate hace algunos años se hablaba de menos de 0,20 metros cuadrados por habitante, mientras que el Municipio decía 9 metros. Eso depende de qué consideram­os por espacio público, que por definición son: calles, veredas, canchas, cementerio­s, parques, plazas. De esto, hay que ver qué está destinado a la recreación del ciudadano: allí comienzan a bajar los números. Ahora ha ido aumentando por iniciativa­s de los gobiernos local y central, es el momento de hacer una actualizac­ión. Otra estrategia son las actividade­s de comercio y de recreación activa: cancha de fútbol, patinaje, ejercicios.

Otro factor es la conducta social de los habitantes. El parque o la vereda, donde antes jugaban los niños y se reunían los vecinos, lucen vacíos. La gente prefiere encerrarse. ¿Para qué abrir los espacios públicos?

Los jóvenes de ahora nacieron viendo un espacio público cerrado. Por ejemplo, el Malecón 2000, que cierra a las doce de la noche. No están habituados al uso de 24 horas de un espacio público. Cuando éramos pequeños no existía la cultura de ponerse los cinturones de seguridad, ahora ya es costumbre, ya es un hábito. Es lo mismo con la ciudad: si no se está acostumbra­do a utilizar el espacio público, habrá conflictos. Actualment­e hay ejemplos como el parque Ramón Unamuno, que está abriendo sus puertas al uso libre del espacio, sin barreras físicas. Eso es un buen indicio.

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GERARDO MENOSCAL / EXPRESO

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