Un globalismo más peligroso
cosmopolitas y educados, los contratos sociales nacionales se desintegraron y se debilitaron los lazos entre los ciudadanos. El desdibujamiento de las divisorias globales profundizó las grietas locales y sentó las bases para un regreso triunfal del bilateralismo. Después de la asunción al cargo, Trump anunció que EE. UU. tendría “otra chance” de hacerse con el petróleo iraquí, retiró a EE. UU. del Acuerdo Transpacífico y juró renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta). El futuro del arduamente conseguido acuerdo climático de París está en duda. Se intensificaron acusaciones de manipulación cambiaria y amenazas de medidas proteccionistas. Y con el “brexit” del RU, los antiguos aliados de la Carta del Atlántico están poniendo la soberanía nacional por encima de los bienes públicos internacionales. La atención mundial está puesta en Francia y su inminente elección presidencia, que pone en juego el motor francoalemán, que impulsó la integración europea y la mantuvo en el centro del sistema multilateral de posguerra. Una victoria de Le Pen, sería el fin de la UE; la canciller alemana Angela Merkel quedaría como el último pilar de un orden mundial en descomposición, rodeada de bilateralistas en Francia, RU y Rusia, y con (EE. UU.) en manos de nativistas. Imagínese a los líderes del G7 reunidos tras la victoria de Le Pen. Mientras todos vuelven la espalda a los compromisos internacionales, los refugiados, ahogándose en el mar, ponen epitafio a una era que ya no es.