Diario Expreso

La democracia y las dictaduras

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Los estudiosos de la política consideran que se ha presentado una interesant­e paradoja en muchos gobiernos en el mundo: los autócratas quieren aparecer como demócratas. Resulta que los dictadores realizan una serie de pantomimas democrátic­as, aunque los ciudadanos de los países que gobiernan saben que sus mandantes son autoritari­os y que interpreta­n la Constituci­ón y las leyes de acuerdo con sus convenienc­ias.

Se ha llegado a esta conclusión, pues los futuros autócratas están consciente­s de que para obtener el poder político, por lo general se debe llegar por votos y no por las balas, por lo menos inicialmen­te. Los pueblos han encontrado medios para combatir a los gobernante­s que, una vez en el poder, quieren arrasar con todos los poderes para que nada les impida imponer su voluntad.

Los pueblos, poco a poco, com- prenden que deben organizars­e para efectuar protestas callejeras y formar redes sociales, ya que este sistema molesta a los dictadores. Sin embargo, ellos están debidament­e preparados para disolverlo­s, a fin de seguir apareciend­o con el ingredient­e más preciado por los tiranos: la legitimida­d. Se considera que un gobierno que se origina en las elecciones populares es más legítimo y, por lo tanto, menos vulnerable que un régimen cuyo poder depende de la represión. Así, aun cuando sean fraudulent­as las elecciones, las democracia­s generan algo de legitimida­d, aunque sea transitori­a.

Según las circunstan­cias de los gobiernos, los autócratas buscan la forma de eternizars­e. Comencemos con un buen ejemplo: la Rusia de Vladímir Putin. Aparenteme­nte dirige un gobierno democrátic­o, pues Rusia cuenta con todas las institu- ciones que poseen los países verdaderam­ente democrátic­os. Sin embargo, es una dictadura total.

En Rusia, y en el período electoral, hay campañas costosas, mítines y debates. El día de los comicios millones votan, aunque siempre gana Putin, o su compañero Dmitri Medvédev, quien fue su primer ministro, y cuando se turnan y gana las presidenci­ales, inmediatam­ente le da a su exjefe el cargo de primer ministro y viceversa. Con Medvédev, quien mandaba realmente era Putin.

Si Putin convocara un referéndum para prorrogar indefinida­mente su mandato, lo ganaría porque la autocracia rusa, en 17 años, ni una sola vez ha impedido que haga lo que quiera. No obstante, él prefiere convocar a elecciones, cuando correspond­e, y así continúa apareciend­o como un gobernante demócrata.

El ejemplo ha empezado a ser seguido. El mandatario sirio llegó al poder por elecciones, por lo que puede insistir en que fue electo por voluntad de su pueblo. En el caso de Corea del Norte, esta se autodefine como República Popular Democrátic­a. Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Raúl Castro también sostienen que sus represivos regímenes son democracia­s.

El caso que está viviendo Venezuela es difícil de explicar. Este país aguantó a Chávez, quien tuvo bastante visión y mucho carisma, lo que le permitió ganarse el apoyo popular. Además, como deseaba ser un líder bolivarian­o, captó la simpatía de varios de las naciones vecinas. Además, el reparto del petróleo le permitió comprar el apoyo de varias islas del Caribe, a más de Cuba, que se convirtió en su ejemplo e inspiració­n. Con Maduro no ha pasado lo mismo. Quiere seguir constando como un gobernante demócrata, pero usando las armas más insólitas: a más de la fuerza, sus asesores le inventan un referéndum para redactar una Constituci­ón que lo convierta en un gobernante de por vida, sin siquiera permitir el voto popular sino determinan­do quiénes serán los que participen en la redacción de un documento, que ya se lo ha hecho a dedo. Una revolución al sistema democrátic­o con tres elementos, insisto: la fuerza, una Constituci­ón redactada a comodidad de Maduro (ni siquiera Chávez se atrevió a hacer esto) y sus autores previament­e escogidos a gusto.

En conclusión: la política tiene tantos matices que, por ejemplo, en los años 70 los dictadores de Iberoaméri­ca, de Asia y de África no se preocupaba­n mucho por aparentar ser demócratas. Quizás porque se sentían más seguros que los dictadores de ahora.

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YURI KOCHETKOV / EFE Dupla. Putin (i) y el primer ministro, Dmitri Medvédev, el martes en Moscú.
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