Macron, ese buen europeo
La fotografía de Reuters la noche del domingo 7 de mayo en París, en la plaza del museo del Louvre, devuelve a nuestros tiempos el significado de la palabra “grandeza”: Emmanuel Macron avanza, vestido formalmente de negro, solitario, gesto resuelto, rostro y paso firme, sin más compañía que su sombra agrandada que enmarca esa soledad, a encontrarse con su destino.
Encontrarse con el destino, asumirlo, es el otro nombre de la grandeza, palabra felizmente ausente de los vocabularios de los discursos igualitaristas y de los ritos de domesticación de ciudadanos.
Después de siglos, la “grandeza” vuelve a aparecer. Ella por supuesto, no eximió a Richelieu de la muerte que le impi- dió celebrar la definitiva victoria de Rocroi y la firma de los tratados de Westfalia, que configuraron a la Europa moderna. Tampoco a Napoleón de Waterloo, pero lo condujo a levantar el Imperio del caos de la Revolución y hacer de Francia el centro de Europa. La asumió De Gaulle en Londres en 1940, pero no lo eximió de Argelia. Por lo demás, Sartre no la entendió. No hubiera hecho el ridículo en la Cuba castrista.
En el velorio de Altenburg, en la guardia del cadáver de Dietrich que se ha suicidado, sus hermanos discuten sobre el sentido de la vida: “En lo esencial”, dice uno, “el hombre es lo que oculta… un mísero montón de secretos”. “No”, replica el otro tajante: “el hombre es lo que hace”. La voluntad, el secreto de Europa.
El hombre es lo que hace. “Para mí, la acción y la realización valen por sí mismas. Sin ellas, la vida política es indigna. Es este gusto por la acción, por la transformación, es quien nombra elegidos para que la lleven adelante en sí mismos y que anima su vida cotidiana”, escribió Macron en su libro “Révolution. C’est notre combat pour la France”.
Por supuesto, todo está por decir para Macron, Francia y Europa. ¿Lo estuvo para Napoleón después del tratado de Amiens? Macron, se dice, no tiene programa: reúne izquierdas y derechas. ¿No proclamó Thiers, después del desastre de Sedán: “Yo soy un monárquico que practica la república”?
Por supuesto, todo está por decir para Macron, Francia y Europa. ¿Lo estuvo para Napoleón después del tratado de Amiens?