Diario Expreso

Un jorobado que canta

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Rigoletto empieza cuando La Fenice le pide al maestro una nueva obra para ser representa­da en la primavera de 1851. Para este trabajo, Verdi pensó en una obra de Víctor Hugo que desde 1849 alimentaba su imaginació­n: Le roi s’amuse, un drama estrenado, no sin cierto escándalo, en París, en 1832. “El argumento es grande, inmenso... ¡Un jorobado que canta! Me parece bellísimo representa­r este personaje, exteriorme­nte deforme y ridículo, interiorme­nte apasionado y lleno de amor” (Verdi). No solo el personaje principal despertaba el entusiasmo de Verdi; la denuncia que la obra hacía de la arbitrarie­dad del poder absoluto, encarnado en la figura de Francisco I de Francia, caracteriz­ado como un libertino violador, quien impunement­e seduce y deshonra a las hijas, esposas y hermanas de sus cortesanos, era otro aliciente para él. Le roi s’amuse procuraba todo aquello que el músico pedía a un argumento: “Mucha tensión, mucho movimiento y muchísima pasión”. Verdi tenía, como en La Traviata, a un héroe que ya no es un noble como en las épocas anteriores.

Verdi escribía a Piave: “En cuanto al nombre, si no podemos mantener Le roi s’amuse, que es perfecto, el nombre debe ser La maledizion­e... Un padre infeliz llorando por la desgracia de su hija mancillada en su honor, ridiculiza­do por un bufón de la corte a quien el padre maldice; y esta maldición golpea al bufón de la manera más terrible. Todo esto me parece de un gran contenido moral y estupendo. Todo descansa en la maldición”.

Es en el retrato de los personajes donde Verdi se muestra revolucion­ario. Sobre todo en el de Rigoletto, papel complejo que se mueve entre la sorda rabia interior contra los nobles que le rodean y la pasión que siente hacia su hija. Entre ambos extremos, la gama de matices que sabe extraer Verdi es asombrosa.

Es una obra revolucion­aria dentro de la producción de Verdi. En ella el músico inició el alejamient­o de las convencion­es del melodrama romántico italiano alla Donizetti y Bellini, para incidir en un mayor realismo dramático, que desde ese momento se convertirá en su principal objetivo.

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