Vuelve la libertad de expresión
Me alegro por ello, aunque la mía no la he sentido perdida nunca. Obviamente, así ha ocurrido por actuar sabiendo que la mejor defensa de la libertad de expresión se hace ejerciéndola a plenitud.
Claro que por eso he permanecido dispuesto a soportar una que otra “molestia”. Por suerte, ayer ya no hubo esa mal llamada sabatina y se ha prometido que no habrá otras. Mejora el clima. Circula un viento fresco. De todos depende el mantenerlo. La fuerza de una opinión se fundamenta en el respeto. No hace falta insultar para que es- ta cobre simpatías. Su fuerza radica en la robustez de los argumentos sustentados, en lo apodíctico de los mismos. En la voluntad de parresía, diría Foucault y con él sabemos que su costo es el peligro. Y es que no insultar no significa reblandecer la crítica. El interés nacional, cuando esa es la razón que orienta los puntos de vista, merece ser expuesto con la dureza requerida, aunque ocasione malestar a quien los recibe o a quien los expone.
Con ello por delante, bienvenida la voluntad de dialogar con la disposición de considerar las razo- nes del otro, respetándolas, escuchándolas y no únicamente oyéndolas como a la lluvia o el ruido. Por supuesto, financiándolas, cuando sea del caso, y bien se sabe que ello no siempre será posible, en razón de la grave crisis económica que afecta al Ecuador.
Entonces: hay múltiples razones para el resquemor. Gato escaldado huye del agua fría. Moreno tiene en sus manos superar las dudas. Cabe insistir en propiciar, con hechos, la superación de esas dudas y las que sobrevengan. Acéptese o no que hay perseguidos políticos, decretar una amnis-
Me causó, valga decirlo, un buen sabor de boca, la primera intervención de Lenín como presidente. El tema ahora es convertir las palabras en hechos’.