Populismos
Afinales del 2016, durante su visita a Chile, el francés Jacques Rancière, profesor de política y de estética de la Universidad de Paris VIII, al hablar sobre populismo indicaba que si bien es un concepto ambiguo que “remite al pueblo como un importantísimo símbolo de la política mientras que, por el otro, designa como sabemos una forma de relación muy específica entre el pueblo y el líder”, lo definiría como “el acaparamiento de fuerzas democráticas en la figura de un líder carismático” que da respuesta a la crisis de los par- tidos políticos tradicionales. En ese líder confluyen ¿ideología?, partido político y Estado, y es quien pretende (y se autoconvence) encarnar al pueblo. En ese sentido, aclara Rancière, no cabría hablar de un “populismo de izquierda”. Es, en otras palabras, derecha camuflada tras un lenguaje de izquierda o, valga la metáfora, lobos disfrazados de corderos (o de borregos, para ser más específico).
El filósofo argentino Enrique Dussel plantea que en América Latina el populismo tuvo su expresión en dos momentos duran- te el siglo XX: el primero, los populismos clásicos gestados entre 1910 y 1954; y, el segundo, los neopopulismos, tanto de derecha como de izquierda (o derecha y derecha) desarrollados desde 1999, entre los que están ¿en extremos opuestos? Álvaro Uribe, Hugo Chávez o Evo Morales (aunque ya sabemos que a veces los extremos se atraen). Rancière, quien se define como un demócrata radical, pone como ejemplo a la peronista Cristina Kirchner y su intento de gobernar encarnando al pueblo, aunque aclara: “El pequeño problema está en que el
... no cabría hablar de un “populismo de izquierda”. Es, en otras palabras, derecha camuflada tras un lenguaje de izquierda...’.