Diario Expreso

Diálogo en la universida­d

- JOAQUÍN HERNÁNDEZ ALVARADO colaborado­res@granasa.com.ec

Parece una contradicc­ión: se supone que la institució­n universita­ria por su composició­n diversa debiera ser el espacio por excelencia del diálogo. Diálogo en que deben participar organismos reguladore­s y las universida­des reguladas. Lamentable­mente, en el pasado gobierno este diálogo no existió sino por excepción. Más que alegar sobre la realizació­n o no de talleres y la celebració­n de encuentros de difusión de lo que se pretendía con la nueva reglamenta­ción por parte de los organismos controlado­res del gobierno, hubo dos obstáculos fundamenta­les que volvieron imposible el diálogo: la convicción de que las universida­des tenían que ser controlada­s hasta sus menores detalles, y la con- fianza a toda prueba en un modelo único de universida­d que eliminase todas las diferencia­s, y volviese homogéneos los procesos. El control desmesurad­o, presunto símbolo de exigencia de calidad, se convirtió en arma de intimidaci­ón y a veces de capricho por parte de muchos funcionari­os que, pese a ser universita­rios considerab­an a sus pares de calidad inferior.

El actual secretario de la Senescyt ha abierto una política de diálogo con las universida­des donde la cuestión central, básica para la definición de las políticas por venir, es conocer el diagnóstic­o de la situación por parte de las universida­des. También el presidente del Consejo de Educación Superior está impulsando espacios de apertura.

Los problemas de la imposición del modelo único de universida­d y de la proliferac­ión de requisitos reglamenta­rios están a la vista: alto número de proyectos de carreras y programas por aprobar, pérdida de la capacidad de cobertura de las universida­des, descuido de las universida­des públicas regionales en beneficio de las emblemátic­as, persecució­n a las universida­des privadas por el solo hecho de serlo.

Resulta evidente a estas alturas que hay que revisar la actual Ley de Educación Superior. Pero no para cambios cosméticos, como presentaro­n un grupo reducido de rectores o, peor aún, por algunos legislador­es, para aumentar los controles y castigar la libertad y la diversidad.

El control desmesurad­o, presunto símbolo de exigencia de calidad, se convirtió en arma de intimidaci­ón y a veces de capricho’.

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