Un viaje a la nostalgia
80 residentes de un asilo recordaron su pasado navegando sobre el río
Hubo quienes no habían visto jamás el río. Y otros, que al verlo recordaron la primera vez que se adentraron en él. Fue el caso de Jorge Cevallos, un exmiembro de las Fuerzas Armadas, a quien todos llaman Mi Comandante. Un hombre de 94 años, lúcido, de piel canela, quien el pasado martes, durante un recorrido por el gran Guayas, revivió episodios que lo transportaron a su niñez.
Junto a 79 ‘chicos’, en su mayoría octagenarios, todos residentes del Hogar Villa Esperanza (Samanes 5), Jorge evocó aquel día en el que conoció el río, ese ser viviente y misterioso (como lo llama), por primera vez. Era 1930, todo era tan distinto, dijo. Tenía 14 años cuando en compañía de su madre, con una malla y una gorrita de baño, se sumergió en aquel lugar.
La jornada, organizada por las esposas de los oficiales del Instituto Oceanográfico de la Armada (Inocar), tuvo la finalidad de recrear la mente de los adultos mayores. El objetivo se cumplió a cabalidad. Y es que ni la edad, las dolencias que padecen – casi todos tienen dificultades para cami- nar, de allí que viajaron con sus andadores y sillas de ruedas, los cuales fueron ‘estacionados’ en las esquinas del bote-, la brisa ma- Enlaríavireflejadomi pasado,mevirodeada deamory aventuras quedieronsentidoamivida, quenofueronenvano. rina, la soledad que los agobia (hay quienes no tienen familia) y los nervios de estar sobre el afluente, pudieron con sus ansias.
El simple hecho de zarpar, a la altura del Malecón y la calle Tomás Martínez, y observar por cerca de dos horas esos icónicos lugares guayaquileños en los que algún día caminaron, los llenó de emoción.
La Torre Morisca, uno de los favoritos de Bélgica (+), la esposa de Jorge, con quien vivió 50 años y por quien aún llora -en el viaje la nombró innumerables veces, asegurando que la extrañaba, que fue su mejor amiga, la mejor de las compañías, una buena mujer-; el colegio La Provindencia, donde decenas de residentes estudiaron; y el monumento La Rotonda, donde otra de las residentes, Patricia Lazo, de 85 años, se trepaba a estrechar con mano infantil las manos de bronce de los libertado- res, fueron algunos de ellos.
“No puedo creer que mi cabeza sea un mundo de dulces añoranzas”. Lo que empezó como un paseo, dijo Francisca Parrales, de 71 años, ha terminado como una exhibición de su álbum familiar. “Me vi comiendo aplanchados a orillas del antiguo malecón y hasta percibí el olor a cacao de la fábrica de chocolates La Universal. Me vi jugando con los lechuguines de este arroyo...”. En definitiva, fue un viaje especial.
Durante la expedición, otros adultos mayores, los más vivarachos, celebraron su reencuentro mental, bailando. Orlando Zambrano, quien habita en el hogar hace 11 meses, por ejemplo, solo hizo una pausa cuando la embarcación pasó frente a La Perla. En su época no había rueda moscovita, dijo al viento. “Tómeme una foto, quiero que mi familia sepa que estoy bien”, solicitó a uno de los presentes en voz baja. Como todo un caballero.
Para el comandante Humberto Gómez, director del Inocar, esta actividad además le permitió a los ancianos recordar el tipo de trabajo que por años hicieron por y para Guayaquil. “En Villa Esperanza residen algunos miembros ya retirados de las Fuerzas Armados. El que estén en contacto con estas aguas, les permite ver el horizonte , reflexionar en él. Y más aún confirmar que lucharon por construir, de cierta forma, la ciudad que vemos hoy”.