Acciones atroces
Es duro ver cómo los tiempos que vivimos develan con crudeza desgarrante la miseria humana: padres, padrastros, parientes, profesores, compañeros que agreden y destruyen la inocencia y el pudor de los niños o amenazan y violentan a los jóvenes hasta poseerlos y esclavizarlos, irrumpen como figuras macabras que desfiguran la sociedad contemporánea.
Atentar contra un niño en su sexualidad no debería tener perdón ni de Dios, mas lo importante no es solo sancionar y parchar la circunstancia, sino generar un completo plan de fondo que nos permita observar el todo, el bosque, y evitar que se repitan episodios como estos. Si bien resulta necesario, no basta únicamente con ubicar a los responsables y sancio- narlos, lo importante es impedir que queden puertas abiertas para que estos hechos vuelvan a suceder.
Las varas deben ser idénticas cuando juzgamos a la educación privada y a la pública y, lamentablemente, sí se ha observado diferencias en las reacciones de los agentes colaterales del poder, si comparamos lo ocurrido hace semanas en una entidad particular de Quito con lo que acaba de ocurrir en un establecimiento público de Guayaquil.
No se nos ocurre responsabilizar al señor ministro de Educación de los hechos, ni siquiera a la subsecretaria ni a otras autoridades. La acción atroz tiene un único responsable, el que la causa y ocasiona, y contra él o ella, todos los dardos; los otros pueden haber fa-
La acción atroz tiene un único responsable, el que la causa y ocasiona, y contra él o ella, todos los dardos’.