Diario Expreso

LAS FRASES

- GONZALO PACHECO cementerio del Suburbio TITO VERA, cementerio del Suburbio CLAUDIO PACHAY cementerio de Pascuales

En el cementerio del Suburbio se vive como en casa: bajo el mismo techo, en la misma bóveda. Es la tradición, es el efecto de la necesidad. Aún en la muerte mi familia se mantiene unida. Mi madre y mis tíos yacen en la misma urna, y me agrada, siento que mamá no está sola. Yoandabaen pañalescua­ndoya existía este cementerio.Aquíestánm­i bisabuelo,miabuelo ymispadres. to a ella, en la misma bóveda, a sus hermanos y un compadre, el año pasado celebró este Día de los Difuntos en compañía de Flores. “Quise que nos cante por una hora, todas las (canciones) de José José”. Luego, por tradición, como lo hacen comúnmente el resto de familias, almorzaron o cenaron junto a la estancia de su pariente.

Gregorio Anda, quien vive a escasos 30 metros de la puerta principal del camposanto, en cuyas áreas se encontraba el pasado martes pintando el sepulcro de Clemencia Gallegos, su abuela, evoca las veces que con pandereta en mano, su familia le dedica versos. “Cada año los más pequeños le recitan y escriben cartas a la ‘nana’. Y si tenemos dinero, le rendimos homenaje con globos”, precisa.

En el lugar, que acoge a difuntos de diversas parroquias y recintos de la ciudad, decenas de artesanos, en su mayoría albañiles, entre el 25 de octubre y 4 de noviembre, realizan trabajos de mamposterí­a. Hay quienes pintan las lápidas con los gustos del difunto. Es el caso del panteón de María José Quiroz, que tiene el escudo del equipo torero en el centro y sobre él la frase ‘Barcelonis­ta desde el cielo’.

La diversidad étnica del sector se vive también entre las costumbres. Es por eso que en el día que puede ser el más triste para quienes pierden a un familiar, el traslado de los restos se organiza en un cortejo que recorre varios kilómetros en los que se lo acompaña de comparsas y ritmos. Eso sucede con la comunidad afrodescen­diente. Esto es algo común en este camposanto, donde las perso- nas provenient­es de sectores rurales de la Sierra durante el sepelio llevan comida para convidarla entre los asistentes.

Es más, dejan hasta una parte para el muerto. Algo que repiten luego, cada vez que llegan a visitarlo. Eso ocurre en la bóveda 6887, donde desde el 23 de abril de 1999 reposa el cuerpo de Blanca Beatriz Guamán. “Hace poco le dejaron una tarrina con seco de chivo y una cola”, recuerda uno de los limpia bóvedas del lugar.

Si en el Cementerio General la costumbre de llevar en hombros a sus muertos en su tránsito final se quedó en el pasado, aquello es una tradición imbarajabl­e en el camposanto de Pascuales. No hacerlo genera comentario­s de vecinos y familiares. “A todo muerto que es bien querido no le deben faltar hombros durante su sepelio”, dice Julián Flores, miembro con su cuota de pago al día en la Asociación de Pintores que la integran las personas que se ocupan de ofrecer servicio de limpieza de bóvedas y pintada de cruz y bóvedas.

A su vez, lo de trasladar en hombros el pesado ataúd se relaciona con otra costumbre: velar el cuerpo del muerto en el lugar que fue su última morada. “Lo hacemos en su casa para que pase hasta en los últimos momentos entre las cosas que le pertenecen y con los suyos”, dice Ambrosio Aristegui, de 70 años, quien la mañana de ayer llegó muy temprano a este camposanto, para limpiar la tumba de su padre, quien murió hace más de 50 años.

El de Pascuales es uno de los camposanto­s más viejos de la ciudad. Nadie sabe en el sector cuándo se lo creó; sin embargo, las misma tumbas van dejando un rastro. Un ejemplo: en la parte más antigua aparecen lápidas con fechas como la que consta en un grupo de

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