El dilema económico de Europa
Europa enfrenta un grave problema. Si bien la actividad económica ha aumentado recientemente, la eurozona ha perdido la capacidad de responder frente a la próxima recesión económica cuando esta ocurra. El Banco Central Europeo merece ser felicitado por las mejoras económicas que se han producido en los últimos años. En un discurso durante la reunión anual de los banqueros centrales en Jackson Hole, Wyoming, en 2014, Mario Draghi, presidente del BCE, explicó que tres cosas podrían mejorar el desempeño económico en Europa: expansión fiscal por parte del país que tenía la capacidad para llevar a cabo dicha expansión (Alemania); reformas estructurales en Italia y Francia; y un cambio de política monetaria. Pero Draghi fue aún más allá con sus aseveraciones: predijo que Alemania no crearía déficit fiscal, y que Italia y Francia no emprenderían las reformas estructurales necesarias. Llegó a la conclusión que el BCE tendría que estimular el crecimiento mediante la reducción de las tasas de interés, lo que aumentaría las exportaciones netas, haciendo que el euro sea más competitivo. Desde entonces, el BCE ha llevado la tasa de interés a corto plazo hacia territorio negativo, reduciéndola desde 0,2 % en agosto de 2014 a -0,3 % en la actualidad. También compró bonos a largo plazo para su cartera, aumentando el volumen de sus tenencias de 2,2 millones de millones ($2,6 millones de millones) en 2014 a más del doble de esa cantidad. La tasa de cambio del euro-dólar cayó de $1,39 en 2014 a un mínimo de $1,04 en 2016, antes de recuperarse para llegar a su nivel actual de $1,18. La política de tasas de interés negativas del BCE también estimuló la inversión empresarial y otros gastos sensibles a los costos de endeudamiento. Sin embargo, a esta institución ya no le quedan municiones para combatir la próxima recesión económica, que podría ser causada por un colapso de los precios de los activos, comenzando por los bonos a largo plazo. Sea cual sea la causa del próximo bajón económico, las políticas del BCE que ayudaron en el pasado puede que ya se encuentren disponibles. La respuesta convencional -reducción de tasas de interés- es imposible, porque las tasas a corto plazo en los países de la eurozona ya están cerca de cero o en territorio negativo. En resumen, el BCE no podría responder a una desaceleración económica mediante la reducción de las tasas de interés y la compra de bonos a largo plazo. Y, al no tener la capacidad para reducir las tasas de interés, el BCE tampoco podría estimular las exportaciones netas mediante la reducción del valor del euro. Si bien EE. UU. podría responder ante un nuevo bajón económico con estímulo fiscal, es difícil ver cómo podría lograrse esto en Europa. La eurozona no tiene autoridad fiscal. Cada país miembro podría, por supuesto, reducir impuestos y aumentar el gasto. Sin embargo, gran parte del estímulo se extendería a los socios comerciales del país mediante el aumento de las importaciones. El resultado sería un aumento en la deuda nacional del país con un aumento relativamente pequeño de su demanda interna. Una respuesta adecuada a este dilema puede ser una política de expansión fiscal coordinada. Cada país debería aceptar una combinación de reducciones de impuestos y aumentos en los gastos del gobierno ajustados al tamaño de la recesión económica. Esperar hasta que ocurra la contracción para planear esta respuesta coordinada sería un error. Todos los gobiernos de la eurozona deberían priorizar la coordinación fiscal con sus socios europeos, antes de que sea demasiado tarde.
Las políticas del BCE se traducen en el hecho de que a esta institución no le quedan municiones para combatir la próxima recesión económica...’.