Cuenca reivindica a de La Mar
Siempre me ha sido grato visitar Cuenca. A la bella Atenas del Ecuador la encuentro revestida de un halo indescriptible, pero real, que no distingo en otras ciudades nuestras y que me produce satisfacción cada vez que puedo sumergirme en él. ¿Será su arquitectura urbana, su gente, su clima, su entorno? No lo sé. Lo cierto es que es hermoso descubrir cada fachada que no aprecié antes o gozar de la belleza de sus árboles recién floreciendo o el cantarino rumor de las conversaciones. Obviamente, charlar con los cultos amigos es otro deleite por lo sereno de sus juicios y lo ponderado de las apreciaciones. Sin duda, la vida va a otro ritmo en Cuenca y es un ritmo mejor que el agitado fragor tropical. Por eso jubilados de múltiples orígenes la han escogido para llegar allí al final de sus días, disfrutando antes de eso de un real buen vivir.
Ahora que es posible llegar desde mi querido Guayaquil en apenas tres horas, disfrutando de un hermoso e irrepetible paisaje, libre de la tortura de conseguir o no cupo en la línea aérea que la sirve, recomiendo no dejar de vi- sitar Cuenca, sus artesanías, su gastronomía, su estar allí, en paz, disfrutando un helado frente al parque Calderón o saboreando “delicatessen” italianos en una “trattoria” cercana.
Esta Cuenca, que ya bautizó a su aeropuerto y a una calle con el nombre del mariscal José Domingo de La Mar y Cortázar, acaba de inaugurar un monumento en el que recientemente sus hermanos masones le hicieron un merecido homenaje. Cuando las relaciones entre nuestros pueblos se procesan y se sienten de otra manera es lógico que los cuenca-
Cuenca sigue en su acelerado ritmo de progreso, sin perder las esencias que la hacen una de las mejores ciudades del Ecuador’.