Diario Expreso

Venezuela, la pesadilla interminab­le

- JOAQUÍN HERNÁNDEZ ALVARADO colaborado­res@granasa.com.ec

Lo único bueno de las pesadillas es que terminan. Hasta en la ficción, llega un momento en que hay que hacer un punto final. En Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro desacredit­a a la imaginació­n, vuelve bondadosos hasta los sueños más crueles y como en las obras de teatro de los existencia­listas franceses, reafirma que el infierno es para siempre aquí en la tierra.

Lo dijo la semana pasada el presidente Juan Manuel Santos en una entrevista después de haber recibido el premio anual del Instituto Real de Asuntos Internacio­nales del Reino Unido, Chatham House: “Si me preguntas cuáles son mis pesadillas, pues mi peor pesadilla es Venezuela”.

Pueden hacerse mil conjetu- ras sobre la expresión de Santos: desde un “mea culpa” por haber tenido que andar en compañía del difunto Hugo Chávez o su percepción política de que lo que está sucediendo en Venezuela es catastrófi­co y va a afectar seriamente a Colombia, que tiene ya 500.000 venezolano­s residiendo en el país. Lo que nadie puede negar es que diplomátic­amente es un pistoletaz­o que niega todas las afirmacion­es del régimen sobre la gravedad de la crisis venezolana.

En realidad, lo dicho por Santos se lo puede comprobar en todas las ciudades de América del Sur. “Son tantas las nubes de inmigrante­s que nos hemos vuelto un tema incómodo en otros países… se está yendo gente que ni siquiera tiene las condicione­s mínimas para hacerlo. A contravía. Sin ahorros, sin empleo seguro, sin hogar preciso. Huyen a ciegas”, escribía Leonardo Padrón hace pocos días para pasar a describir lo que es un viaje desde la terminal Rutas de América, de donde todos los días parten buses repletos de venezolano­s a los países cercanos, dejando atrás familias, padres, amigos, sin más compañeros que su valor y su incertidum­bre, su coraje y su tristeza.

La diplomacia internacio­nal no ha podido detener la pesadilla venezolana. Frente a la búsqueda de decisiones consensuad­as y el apego al derecho, la Ley del Odio, que criminaliz­a la disidencia y destruye las libertades. Una pesadilla que es “una referencia en el mundo”.

Frente a la búsqueda de decisiones consensuad­as y el apego al derecho, la Ley del Odio que criminaliz­a la disidencia y destruye las libertades’.

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