Hasta ocho horas de grabación
En la emblemática disquera, los artistas debían grabar en vivo y en directo hasta por ocho horas. Esto debido a que, incluso un error instrumental, se tenía que repetir. de 2001, cuando la piratería inundó las calles con sus melodías a bajo costo, ya no quedaba nada más por hacer. Fediscos, como un Goliat doblegado, fue cerrando sus tiendas; deteniendo la producción; despidiendo, a manera de prolongado velorio, a una era que ya no iba a volver.
Solo aquella sala de grabaciones, donde Jota Jota rindió su último tributo a la música nacional, se mantuvo intacta. Hace cinco años, Francisco Feraud, bisnieto del creador, intentó rescatar su historia.
“Recibí el estudio como he- rencia, pero cuando me lo dieron, el terreno ya no era nuestro. No me importaba. Aquí está el legado de cuatro generaciones de mi familia. No quería que eso se perdiera”, apunta.
Y aunque no había dinero para renovar la planta, Pancho logró llenar, nuevamente, a Fediscos de música. ‘El festivalito’ y ‘Mañana es lunes’, recitales que organizaba, atraían a cientos de amantes del rock.
Al menos hasta hace poco, cuando el sueño de rescatar el sitio llegó a su fin. La inmobiliaria que había adquirido el terreno en 2005 logró venderlo. El próximo año, el emblemático estudio se convertirá en un centro comercial.
Pancho, cabizbajo, ha aceptado el cierre como algo inevitable. Pese a ello, no se resigna a dejar morir la historia de Fediscos: “Me hubiese gustado que el estudio se incorporara al centro comercial como museo, pero Fediscos seguirá. No sé dónde ni cómo, pero seguirá”.
En estos días, ya está desmontando todo y llevándose cajas con los últimos vinilos. Pretende recuperar hasta los paneles de madera.
Para los artistas que alguna vez grabaron allí, la desaparición del inmueble es también una analogía del declive de la industria nacional. Giselle Villagómez tenía 13 años cuando entró en aquel ‘templo’ por primera vez. “Fue una experiencia terrorífica y extraordinaria. Que me dieran la oportunidad de grabar era intimidante, porque tenías que tener buena voz. Si te equivocabas, se repetía toda la canción”, rememora.
Ahora, añade, los artistas ecuatorianos dependen de sí mismos, actúan hasta como productores y publicistas de su propia obra.
Hilda Murillo, en cambio, rescata el intento que espacios como el Museo de la Música Nacional Julio Jaramillo han hecho por plasmar los recuerdos del boom de la industria musical ecuatoriana. Sin embargo, también termina llenándose de nostalgia.
“Me entristece. Tengo historias muy hermosas de esa época, de los artistas que fuimos parte de Fediscos. Con la demolición de esa época, ya no quedará ni el recuerdo”.