La hora ciudadana
Esta se da hoy, pues seremos los ciudadanos los que tomaremos la decisión más adecuada en la consulta. De la “ciudadanía”, los políticos no hablan; la distorsionan y falsean. La mayoría se refiere a quienes la integran como: “pueblo, compañeros, compañeritos, etc.”, frases que destruyen la esencia de la ciudadanía. Pocos, usan el término básico que reconoce y designa al “ciudadano” como un actor y sujeto sociopolítico. En él está el origen, la matriz y el fundamento de la democracia y de la vida política misma.
Manipulan a los ciudadanos con las empresas electoreras, el “marketing” político, asesores de imagen, especialistas en psicología de la comunicación, etc. Esto se da porque no los reconocen en su real identidad, los reducen a una masa amorfa, manipulable y de posible engaño: votantes y electores que deben ser persuadidos y tomados desde la conciencia y también desde el inconsciente. Para eso lo mejor es el Estado de propaganda.
También pasa esto porque los ciudadanos se acostumbran a no verse, reconocerse y actuar como sujetos, actores y destinatarios (políticos) del accionar de la “política”, cuanto soportes fundamentales de la democracia y sus instituciones. Esto implica que “ser ciudadanos” trasciende el momento del acto electoral. Es decir, requiere un autoreconocimiento como “creadores y recreadores de la vida pública (política)”. Desde esta perspectiva, implica una efectiva y positiva autopercepción de definirse como hombres y mujeres que tienen deberes y derechos respecto a lo público y por lo tanto, deben comportarse y asumirse como actores dirimentes de procesos.
En esto debemos ser fieles a lo que expresa Hannah Arendt: “Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político”.
Por eso no es la hora de los votantes sino de los ciudadanos. Esto afirma que es el momento del colectivo humano que le da vida a la política, sustenta la democracia y otorga dinamismo a sus instituciones, las cuales se crean y recrean en un proceso ininterrumpido. Ellos son los depositarios y creadores únicos del poder.