Después del carnaval
Terminó la consulta, termina el carnaval, ahora sí: a gobernar. No digo que de mayo para acá no se lo haya estado haciendo, solo deseo enfatizar que el Ecuador requiere, más allá de la voluntad de reinstalar un talante democrático en la conducción de la República, cambiar la orientación que ha dado lugar a las dificultades por las que hoy atravesamos. Y me atrevo a señalar que intentarlo no tendrá resultados positivos si se insiste en más de lo mismo, peor todavía preservando los actores que dieron lugar a la situación que hoy se repudia.
Si las cosas marcharan como es debido, bien se justificaría seguir contando con ellos pero, perseverar en mantener a los que permitieron una corrupción horripilante y un desaforado gasto público destinado a promoverla, resulta necio y perjudicial a los intereses del Gobierno y en consecuencia, a los del país.
Ni de lejos, con lo expuesto pretendo que el Gobierno abandone su línea de seguir avanzando en lo social. Creo firmemente que el desarrollo económico y el desarrollo social son dos caras de una misma moneda pero, resulta imperativa la austeridad en el gasto público y nadie entiende que se incremente en gastos de personal al tiempo que se reduce la inversión del Estado en obras.
Al respecto, bien se hace en procurar que la inversión privada aliente la concreción de planes como el de Casa para todos, que garantiza, a más de la satisfacción de dotar de 60.000 viviendas durante el presente año, y construir un total de 325.000 durante el actual periodo gubernamental, el poder dar empleo a miles de ecuatorianos que ofrecen mano de obra no calificada.
Parece imprescindible que para enfrentar las nuevas circunstancias políticas y económicas se cuente con un nuevo equipo ministerial’.
Pero es riesgoso en alto grado seguir emitiendo deuda en vez de propiciar inversión con incentivos como energía eléctrica barata.
A un país sobreendeudado solo arribarán las aves de rapiña que luego, a la primera dificultad saldrán volando. En cambio, ordenar el gasto público sería una buena señal de un manejo serio de la economía que, a más de atractivas, haga seguras las inversiones.
Y por supuesto, volver la mirada al campo para garantizar el consumo interno y las exportaciones.