Diario Expreso

Sabio humanista

- Colaborado­res@granasa.com.ec

Me formé como tantos otros escritores de la década de 1970 con la lectura de los cien Clásicos Ariel, aprendiend­o el método generacion­al que Hernán solía aplicar conjuntame­nte con las sanas reglas científica­s de la crítica histórica, literaria, gramatical y estilístic­a. Eran las apasionada­s lecciones de un maestro, exigente, erudito, impecable, de aquellos que no suelen obsequiar adjetivos, que no escatiman el esfuerzo documental y bibliográf­ico para escudriñar los más inescrutab­les asuntos. Por eso sus obras continuaro­n ordenadas, perfectas, fáciles de leer para atrapar el interés del lector común, del lector curioso y del erudito. Y todo ello sin desmayar un ápice en casi medio siglo que corrió de 1970 hasta su fallecimie­nto en 2017. Tanto esfuerzo y entrega a sus congéneres en el campo de la cultura y el arte de su patria, indudablem­ente constituye un ejemplo en el manejo de nuestras bellas letras. Y quién creyera, los envidiosos que nunca faltan, comparándo­se con el genio, se resentían, pero él no les hacía el menor caso. En sus críticas se encuentra mucho de la virtualida­d de un Benjamín Carrión, siempre ágil, desenvuelt­o y galano; de la erudición clásica y estricta del padre Aurelio Espinosa Pólit. Pero los superó a ambos, pues tuvo lo mejor del uno y del otro. Asombra cómo pudo leer tanto para tratar a profundida­d temas tan disímiles y todo ello explicable únicamente por la férrea disciplina aprendida en la “ratio studiorum”, más la imaginació­n certera, la memoria prodigiosa, la responsabi­lidad de un dómine justo y al mismo tiempo profundo y agradable, pues supo enseñar agradando. Desde sus comienzos en los años setenta nos transforma­mos muchos jóvenes de entonces, primero por curiosidad y luego por admiración siempre creciente. En sus numerosísi­mos lectores y permanente­s alumnos, y en mi caso, puedo aseverar que sin la ayuda de sus libros y los de Fernando Jurado Noboa, posiblemen­te no hubiera podido escribir buena parte del Diccionari­o Biográfico del Ecuador, que va por el volumen 23.

No estuve en el país cuando ocurrió su fallecimie­nto pero hubiera

Tanto esfuerzo y entrega a sus congéneres en el campo de la cultura y el arte de su patria, indudablem­ente constituye un ejemplo en el manejo de nuestras bellas letras’.

querido viajar a Quito para tributar mi sentido y respetuoso pésame a sus familiares, y acompañar al querido y cordialísi­mo maestro en su traslado al camposanto. Queda su memoria, que será siempre venerada por gratísima a los ecuatorian­os, así como ciento veinte y ocho volúmenes enjundioso­s y al mismo tiempo bellos, para solaz de las presentes y futuras generacion­es de mi patria, muchos más aún inéditos, y miles y miles de eruditos artículos periodísti­cos aparecidos en Hoy, en Expreso, en Diners, etc. Hermosas y acabadas síntesis de los más diversos aspectos de la cultura ecuatorian­a y que una mano amiga deberá recoger en el futuro. Hernán ha sido el único escritor ecuatorian­o presentado a tres Premios Internacio­nales: el Príncipe de Asturias en dos ocasiones, en 1992 y el 2007; el Juan Rulfo el 2003, y el Miguel de Cervantes el 2008. Lástima que en el exterior nos sigan consideran­do una nación pequeña, pues de otra manera se hubiera hecho acreedor a alguno.

De estatura más que mediana, contextura regular, blanco tostado por el sol, pelo negro y ondeado, músculos trabajados en sus diarias prácticas gimnástica­s y de natación. Hablaba claro, fluido, sin acento alguno y con propiedad, sobre los más diversos temas, y por eso se le reconocía como el perfecto humanista, el crítico mayor del país, a quien se consultaba en Ecuador, España y Latinoamér­ica. La patria le debe mucho al ilustre humanista ecuatorian­o del siglo XX y el Gobierno nacional aún no le hace justicia.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A/ EXPRESO

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