Se van las casas viejas, han terminado sus vidas
Con buen criterio, el Municipio de Guayaquil decidió demoler lo que eran las instalaciones de la vieja piscina municipal del Malecón, construida allá por 1928. Se había convertido, ya sin ninguna utilidad, en un sitio que se prestaba para problemas de delincuencia y otras cosas más.
Allí ahora se construirá una miniestación de la aerovía, con postes de sustentación para sus líneas, y pienso, ojalá se adecuen otras instalaciones para comodidad de nuestros habitantes. Sin embargo esa piscina tiene historia, y muy brillante por cierto. Pese a no ser reglamentaria, ya que tenía 30 metros de largo, sus carrileras eran sogas con trozos de balsa; no tenía filtros, ni depuradores de agua; se limpiaba y cambiaba el líquido cada mes o dos meses, según las circunstancias. Pese a todos esos inconvenientes, ahí entrenaban dos veces al día los nadadores que poco tiempo después de inaugurada dieron con orgullo el título del Campeonato Sudamericano, en Lima, Perú, en abril de 1938.
El equipo lo integraban Luis ‘La lancha’ Alcívar Elizalde, Ricardo ‘El Pechón’ Planas Villegas, Carlos Luis ‘El Grillo’ Gilbert Vascones y Abel ‘Abelito’ Gilbert Vascones. El directivo era Don Jacobo Nahón; el entrenador, el italiano Arduino Tomassi y los suplentes Pablo Coello y Tomás Ángel Carbo.
Los deportistas solo nadaban estilo libre, de ahí que ganaron los 100, 200, 400, 800 y 1.500 metros, y una posta de 4x200. Lo destacado era que, sin tener especialistas en otros estilos, nuestros nadadores se lograron imponer a equipos completos de Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Perú.
Una vez adecuado el sitio de la piscina municipal, se puede implementar sitios de recreación y esparcimiento para niños, de ventas de comidas, un cuartel o un puesto de vigilancia del Municipio o la Policía y, por supuesto, como algo más que importante, un mural en el que estén retratados los históricos nadadores y su palmarés deportivo. Incluso la plaza se pueda llamar: “Plaza de los 4 mosqueteros”, un gran homenaje a su memoria.
No se trata de oponerse al progreso, pero tampoco podemos olvidarnos de nuestra historia.