Siglo XXI
Cuando la palabra inconexa y altisonante constituye poesía, cuando la rima y la melodía se difuminan ante la descarnada idea y el ritmo, cuando la realidad se muestra tan cruel y cruda que rebasa lo esperado, debemos aceptar que vivimos otra época.
Cuando la imposibilidad se desvanece en las manos de la ciencia y la tecnología, cuando la ética y la espiritualidad se rasgan por intereses subjetivos. Cuando los padres concurren a juzgados acusando a los hijos de maltrato; cuando la autoridad y el respeto se esfuman, cuando los roles se pierden y confunden, estamos en el siglo XXI.
Sin duda, tiempos duros y difíciles los que debemos caminar, pues el “yo” que va sobre el “nosotros”, lo “mío” que se impone a “lo nuestro” hacen difícil el proceso de educar y formar.
Mas, necios seríamos si nos dejásemos llevar por el desaliento, si nos encogiésemos de hombros y si nos resignásemos obsecuentes ante los modelos y propuestas vigentes. El educador, entre otros hombres de vocación y profesiones que tienen que ver con la persona, debe alzar la frente, marcar el paso y enfrentar los retos.
Decimos esto porque en ocasiones los confusos roles y el ningún interés por asumir las consecuencias de lo causado, hacen que más de uno se pierda y no vea con claridad la trascendencia de la labor que ejerce.
Más allá del porque “me gusta”, más allá del porque “me pagan” debemos de reconocer el sentido, la importancia y la proyección
El siglo XXI nos exige por tanto, asumir con claridad y a cabalidad nuestro rol’.
de nuestro trabajo, que no termina en nosotros mismos, ni siquiera en nuestra realización personal, sino en el bien que hacemos a quien recibe sus resultados.
El siglo XXI nos exige por tanto, asumir con claridad y a cabalidad nuestro rol, a entenderlo y ejercerlo a plenitud, seamos padres, educadores, psicólogos, científicos, artistas.
Que el padre no se asuste porque forja, porque limita, porque niega. Que el maestro no tema porque pule, exige, corrige, pues si bien la tierna caricia y la cálida palabra son necesarias, no lo son menos las normas que han de formar a estos niños y jóvenes, que mientras claman por sus derechos, rompen en sus manos todo aquello que implique deber.