Buscan un Estado fallido
El desenlace ha sido terrible. Hemos perdido a siete compatriotas llevando a cabo su deber, arriesgando sus vidas para cumplir con nuestra sociedad. Sería injusto condenar a las autoridades por lo ocurrido. Por el contrario, imagino la angustia de estar chantajeados por delincuentes, pretendiendo que se les entregue a presos a cambio de rehenes por una parte, y por otra, a que se tomen medidas para no interferir con sus actividades delictivas. Puedo pensar la presión que debe haber sentido el presidente al saber que no ceder podía exponer las vidas de los secuestrados, pero también que ceder transformaba a los 16 millones de ecuatorianos en rehenes de los delincuentes. Bastaría seguir tomando rehenes para alcanzar cualquier prebenda, cualquier beneficio. Si de aquí en adelante no toman las decisiones que deben tomar, entonces sí son merecedores de nuestro repudio. Podemos evitar o minimizar la posibilidad de que sigan utilizando este método de coerción. Es imperativo que se expida de forma urgente una ley que impida a las autoridades intercambiar presos por actos de delincuencia a cambio de rehenes. Desde luego que la ley no impedirá que se tomen rehenes, pero su valor como moneda de intercambio se pierde, con lo cual también se pierde el incentivo a tomarlos.
Es vital también que se expida en el menor tiempo posible una normativa que le dé cobertura legal a las fuerzas del orden para ejercer acción sobre objetivos selectivos. Estoy seguro de que saltarán los defensores de los derechos humanos alegando que se producirán “falsos positivos”, e importarán las historias de Colombia. Sin embargo, esta no es una guerra que vamos a ganar con medios convencionales, y menos aún la vamos a ganar llamando a los delincuentes al diálogo y pidiéndoles que se entreguen “por las buenas”. Esta es una guerra donde lo que se busca es crear terror en la gente común, evitar la coordinación con Colombia, impedir que regresen los Estados Unidos y nos asistan con ayuda tecnológica e inteligencia contra el hampa, penetrar nuestras instituciones públicas, y finalmente transformarnos en un Estado fallido.
Si de aquí en adelante no toman las decisiones que deben tomar, entonces sí son merecedores de nuestro repudio’.