EE.UU. rumbo a colisión con China
La relación bilateral más importante del mundo (Estados Unidos-china) es una de las más inescrutables. Plagada de paradojas, malentendidos y desconfianza, se ha vuelto fuente de gran incertidumbre y, potencialmente, inestabilidad grave. El ejemplo más visible es la guerra comercial que se gesta entre ambos países. La clave de la disputa, que inició el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump, es el supuesto de que el déficit comercial de EE. UU. es demasiado grande, y que la culpa es de China. El secretario del Tesoro de EE. UU., Steve Mnuchin, llegó a exigir a China una reducción unilateral de US$ 200.000 millones de su superávit comercial con EE. UU. antes de 2020. Pero los economistas más sensatos coinciden en que los déficits comerciales de EE. UU. son resultado de factores económicos estructurales internos, en particular un bajo nivel de ahorro de los hogares, la persistencia del déficit fiscal y la función del dólar estadounidense como principal moneda de reserva del mundo. Según Joseph Gagnon, investigador superior en el Instituto Peterson de Economía Internacional, si EE. UU. quiere reducir el déficit comercial, tiene que reducir su inmenso déficit fiscal, lo cual tal vez no sea una necesidad urgente, ya que el país tiene cómo vivir por encima de sus posibilidades por la condición de moneda de reserva del dólar, que le permite absorber la mayor parte de los ahorros del resto del mundo y así financiar la falta de ahorro propio. Además, tiene superávit comercial con el mundo (incluida China) en servicios. Pero la estrategia comercial de Trump para China tiene más apoyo de la opinión pública estadounidense que el resto de sus políticas. La mayoría de su población está convencida de que China no juega limpio. Se olvida en cambio que las importaciones de bienes baratos chinos mejoraron drásticamente la calidad de vida de los trabajadores estadounidenses, cuyo ingreso medio lleva cuarenta años estancado (según Oxford Economics, las familias estadounidenses ahorran con ello US$ 850 al año). Mas eso no implica que China se esté quedando con la mayor parte de los beneficios económicos (la fabricante china Foxconn solo gana US$ 7,40 por cada iphone que se vende a US$ 800); la mayor parte del valor va a los estadounidenses. Las autoridades chinas siguen sujetas a decisiones nocivas que toma un EE. UU. La cuestión es ¿cederá China a la presión estadounidense? La dirigencia china es básicamente pragmática. Si para evitar una colisión hacen falta unas pocas concesiones simbólicas (como la restricción voluntaria de exportaciones que aceptó Japón en los 80), China puede hacerlas. Pero si se le plantean demandas mayores (sin justificación económica) es probable que se mantenga firme. Por muy racional que intente ser China, la posibilidad de una guerra comercial es real, y la creciente agitación en la relación bilateral la hace cada vez más probable. Personas muy reflexivas me han dicho en EE. UU. que no tendrían problemas con una China más grande, si fuera democrática, pero eso la haría mucho más vulnerable a presiones populistas y nacionalistas, y la convertiría en un socio bilateral más difícil. A futuro es probable que los historiadores apunten a la polarización política y al simplismo ideológico como los factores que condujeron a EE. UU. a un conflicto muy perjudicial y totalmente innecesario.
Si para evitar una colisión hacen falta unas pocas concesiones simbólicas (como la restricción voluntaria de exportaciones que aceptó Japón en los 80), China puede hacerlas’.