Apenas queda tierra libre DE LA PRESIÓN HUMANA
De las áreas protegidas del planeta sufren un elevado impacto ambiental Solo un 10 % escapa de las acciones más dañinas de la mano
Casi no quedan zonas de la Tierra que se libren del impacto humano. Descontando la Antártida, solo un 10 % de las tierras protegidas escapan a sus acciones más dañinas para la naturaleza. Un estudio sobre la huella ecológica humana muestra también que un tercio de los parques nacionales, reservas naturales y otras áreas con algún tipo de protección ambiental están profundamente degradados. La mayoría se concentran en Europa y, de forma creciente, en África.
En una aparente contradicción, las zonas del planeta bajo protección no han dejado de aumentar desde hace 25 años y, sin embargo, el ritmo de desaparición de especies y mengua de poblaciones se ha acelerado.
Tras la aprobación del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) en la cumbre de Río de 1992, la extensión de las tierras protegidas casi se ha doblado, ocupando ya el 14,7 % de la superficie terrestre y repartida entre más de 200.000 áreas con algún tipo de protección legal. La cifra incluye desde santuarios donde apenas se permiten la caza y la pesca de subsistencia, hasta áreas que buscan una explotación sostenible.
Un grupo de investigadores ha analizado la presión ejercida por las diversas acciones humanas sobre estas áreas protegidas. El trabajo, publicado en la revista Science, estima que un 32,8 % de las tierras protegidas sufren una huella humana que hace muy complicada la conservación de la biodiversidad que albergan. Este porcentaje equivale a algo más de seis millones de kilómetros cuadrados, o para entenderlo mejor: unas 12 veces la extensión de España o tres veces la de México.
“La huella humana incluye datos sobre ocho actividades humanas que son muy dañinas para el medio natural”, comenta James Allen, investigador de la Universidad de Queensland (Australia) y coautor del estudio. Entre esas actividades están desde el grado de urbanización hasta las infraestructuras de transportes presentes en la zona protegida, pasando por la contaminación lumínica o la extensión de la agricultura.
“Las combinamos en una única métrica en la que 0 es igual a estado natural y 50 es el centro de una ciu-
Un tercio humana protegidas sufren una huella humana que hace muy complicada la conservación de la biodiversidad que albergan.
dad. Un valor de huella humana por encima de 4 se corresponde con el de una tierra dominada por los humanos, con el impacto equivalente al de la ganadería y el pastoreo. Vemos que un tercio de toda la tierra protegida está por encima de ese valor de 4”, detalla Allen.
El impacto de la huella humana no se reparte de la misma forma entre las distintas áreas protegidas. Las más pequeñas y con protección antigua se encuentran mucho más degradadas. Buena parte de ellas están en las regiones occidental y central de Europa (Países Bajos, Alemania, Polonia...), Japón y la costa este de Estados Unidos. Son las zonas donde se crearon los primeros parques nacionales, pero las de mayor huella humana en forma de urbes, carreteras, cultivos...
Sin embargo, cuanto más grande es la zona protegida, menor huella humana. Lo mismo sucede con las creadas después del CDB, las más recientes están en mejores condiciones. Es probable que se deba a que se hacen mejor las cosas. Pero el investigador australiano apunta otra posibilidad: “Las nuevas zonas protegidas se están estableciendo intencionadamente en regiones con baja huella donde hay poca gente, evitando así el conflicto”. De hecho, salvo unos pocos santuarios en las zonas tropicales, las áreas protegidas que siguen libres del impacto humano (un 10 % de las estudiadas) se encuentran en las regiones más al norte de Rusia y Canadá.
El CDB es un tratado internacional vinculante. A excepción de Estados Unidos, todos los países con presencia en la ONU lo han ratificado. ¿Cómo se explica entonces que, habiendo más áreas protegidas, la biodiversidad vaya a peor? “Nuestra investigación muestra que, en muchos casos, solo se trata de líneas sobre un mapa, o parques de papel, y que el espacio disponible para la naturaleza dentro de las áreas protegidas es, al menos, un tercio más pequeño del que aseguran los gobiernos”, sostiene Allen.
Aun así, los autores del estudio todavía defienden el modelo de las áreas protegidas. “Bien financiadas, gestionadas y ubicadas, son extremadamente efectivas para frenar las amenazas que causan pérdida de biodiversidad y asegurar que las especies escapan del riesgo de extinción”, dice James Watson, investigador de la Sociedad para la Conservación de la Naturaleza y autor sénior del estudio.