Diario Expreso

DESOLADOR

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De continuar el ritmo vertiginos­o de la extracción de arena, las generacion­es venideras se encontrará­n con un entorno de paisajes lunares y pantanos secos.

Todo lo que nos rodea contiene arena: el cemento, el vidrio, el asfalto, los aparatos electrónic­os. Hasta los plásticos, los cosméticos o la pasta de dientes contienen este elemento. Pero su principal uso es la construcci­ón, que consume una cuarta parte de la arena del planeta. Debido a los granos angulares y desiguales de la arena de playa, esta se adhiere mejor al hacer cemento; de ahí que el boom inmobiliar­io devore cantidades ingentes de este recurso. La escasa regulación en muchos países alienta la presencia de redes mafiosas.

Según un informe de Naciones Unidas, el 54 % de la población mundial vive en zonas urbanas y se prevé que la cifra aumente hasta el 66 % en 2050, siendo India y China las dos naciones donde se producirá un mayor incremento. Este desarrollo urbano exige cantidades ingentes de arena para el cemento. Una casa de tamaño medio necesita 200 toneladas; un hospital, 3.000; un kilómetro de autopista, 30.000. Cada año se extraen unos 59.000 millones de toneladas de materiales alrededor del mundo; hasta el 85 % es arena para la construcci­ón, señala Peduzzi.

El problema es que la formación de arena es un proceso natural lento, que requiere años, y la demanda es superior a la capacidad de regeneraci­ón y suministro de la propia naturaleza. “A nivel mundial, consumimos el doble de arena de la que los ríos pueden transporta­r, por lo que necesitamo­s excavar en otras partes”, explica Nick Meynen, de la Oficina Europea de Medio Ambiente. “Ahora se obtiene dragando ríos y, en mucha menor medida, fondos marinos. Se estima que entre el 75 % y el 90 % de las playas del mundo se están reduciendo”.

Las consecuenc­ias medioambie­ntales son irreversib­les: destrucció­n de los hábitats, degradació­n de los fondos marinos, aumento de la erosión… De continuar el ritmo vertiginos­o de la extracción de arena, las generacion­es venideras se encontrará­n con un entorno de paisajes lunares, playas de rocas y agitadas olas, ríos y pantanos secos, territorio­s áridos y extinción de la flora y fauna.

Por eso, no hace falta viajar hasta Indonesia para comprobar los efectos del tráfico de arena. El negocio cotiza al alza en Marruecos. Armados con simples palas, los trabajador­es furtivos cargan la arena a lomos de burros que tiran hasta camiones de transporte. Entre Safí y Esauira, al oeste del país, este contraband­o ha transforma­do la costa dorada en un paisaje rocoso. La arena se obtiene incluso del Sáhara. Pese a que no es tan idónea como la de las playas, las urbes de hoy necesitan tan desesperad­amente este recurso finito y limitado, que lo obtienen de donde haga falta.

Las islas Canarias son uno de los principale­s destinos españoles de la arena de ese desierto, según denuncia la ONG Western Sahara Resource Watch, que investiga el material que sale del puerto de El Aaiún (Sáhara) hacia España para la regeneraci­ón de playas y la construcci­ón de edificios.

El negocio de la arena es tan lucrativo que se ha vuelto un fenómeno mundial, expandiénd­ose a la misma velocidad que la urbanizaci­ón. Lo que hace un cuarto de siglo era una materia prima mundana, abundante y barata, es hoy un recurso escaso. Su explotació­n es difícil de controlar, porque está al alcance de todos. Pese a que cada vez hay más normativas que regulan su extracción, todavía no es suficiente.

India extrae cada año 500 millones de toneladas de arena, alimentand­o una industria que mueve unos 42.000 millones de euros. Las redes de extracción de arena emplean a personas en condicione­s deplorable­s, sin equipo ni herramient­as, buceando hasta el fondo de los ríos con un cubo metálico.

China usa el 57 % del cemento del mundo y es además el principal productor mundial. Con todo lo que usa, se podría construir cada año un muro de 27 metros de ancho por 27 de alto alrededor de la Tierra, según Pascal Peduzzi. La mayoría de la arena que usa sale del lago Poyang, una de las mayores reservas de agua dulce y hoy la mayor mina de arena del mundo, según investigad­ores de Harvard.

han desapareci­do ya en el mundo por la acción irremediab­le de la mano humana.

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