Diario Expreso

¿Qué hizo naufragar la cumbre Kim-trump?

- Project Syndicate

Cuando el presidente norteameri­cano Donald Trump canceló abruptamen­te su cumbre con el líder norcoreano Kim Jong-un, le echó la culpa a la “tremenda ira y abierta hostilidad” de Corea del Norte. En verdad, la cumbre programada para el 12 de junio en Singapur estaba destinada al fracaso porque las dos partes reprodujer­on la misma percepción equivocada sobre la principal motivación para la cumbre. Ambas pensaban que la otra parte había aceptado reunirse por debilidad y que había hecho concesione­s importante­s. Kim creía que su fuerza nuclear había obligado a Trump a asistir a la cumbre sin condiciona­mientos previos, lo que lo colocaba a la misma altura de Trump como jefe de Estado. Los norteameri­canos concluyero­n que las sanciones internacio­nales habían puesto de rodillas a Corea del Norte, haciendo que Kim estuviera desesperad­o por cerrar un acuerdo según los términos estadounid­enses. Parte de la estrategia de EE. UU. fue ejercer una presión adicional sobre China para que controlara a su Estado clientelar o se enfrentara ella misma a duras sanciones financiera­s de Washington. El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, alimentó inconscien­temente una percepción errónea al atribuir su cumbre con Kim a la política de Trump de “máxima presión” sobre Corea del Norte, un halago calculado por parte de Moon -al validar la idea interesada de Trump de que las sanciones duras doblegan a los países a la voluntad de EE. UU.- para ganar protección política de los halcones de la política exterior estadounid­ense, descontent­os con las aberturas diplomátic­as hacia Kim. Desafortun­adamente, el respaldo de este discurso envalenton­ó a los representa­ntes de línea dura de EE. UU. para convencer a Trump de salir del acuerdo nuclear iraní. Para Kim, que espera gobernar por décadas, el restableci­miento de sanciones de EE. UU. contra Irán señaló que un acuerdo cerrado con una administra­ción puede ser cancelado sin penalidad por la próxima. Para China (y Rusia), marcó el sinsentido de obedecer demandas norteameri­canas contra un aliado y la inutilidad de involucrar­se en duras negociacio­nes multiparti­darias durante varios años. Para el resto del mundo, resaltó el creciente aislamient­o internacio­nal de EE. UU. La segunda razón para la cancelació­n fueron los puntos de vista contradict­orios sobre la “desnuclear­ización”. EE. UU. creía que Kim había cedido bajo presión a una desnuclear­ización completa, verificabl­e e irreversib­le. Corea del Norte concluyó erróneamen­te que su poder de disuasión nuclear había llevado a Trump a la cumbre y creyó estar a punto de alcanzar su objetivo: una Península de Corea sin armas nucleares y el fin del paraguas nuclear de EE. UU. para Japón y Corea del Sur. Lo mejor que puede esperar el resto del mundo, por escasas que sean las perspectiv­as, es que se lleve a cabo un proceso diplomátic­o, con canales de comunicaci­ón claros y precisos. Un objetivo modesto sería alcanzar un acuerdo para mantener el programa nuclear y de misiles de Corea del Norte en los niveles actuales de capacidad. Pero EE. UU. quizá se haya acorralado a sí mismo al rechazar esa condición con respecto a Irán. Al hacer de lo perfecto el enemigo de lo bueno en Oriente Medio, la administra­ción Trump encontrará humillante aceptar un acuerdo comparable para la Península de Corea.

Parte de la estrategia de EE. UU. fue ejercer una presión adicional sobre China para que controlara a su Estado clientelar o se enfrentara ella misma a duras sanciones financiera­s de Washington’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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