“Una familia feliz no es sino un anticipado paraíso”
Sabemos que la familia es la célula fundamental de la sociedad y debemos pedir por su estabilidad, comenzando por la propia. Procuremos ser siempre instrumento de unión para no destruirla.
En la familia cristiana se viven las virtudes humanas y sobrenaturales: alegría, cordialidad, respeto, entre padres, hermanos y abuelos quienes necesitan la presencia cariñosa y ayuda generosa de los nietos con quienes compartieron esa dulzura propia de abuelitos.
A Dios le gusta que mejoremos nuestra calidad de vida: tener una agenda de compromisos sociales y otra con los principios éticos y morales que nos recuerden la mejor manera de vivir.
Decimos que no tenemos tiempo para orar. Jesús nos da a todos el mismo tiempo, 24 horas cada día. Si multiplicamos 24 por 60 minutos que tiene cada hora, el resultado es de 1.440 minutos que Él nos regala cada día. ¿Cómo no dedicarle aunque sea 15 minutos por todo lo que Él nos da?
Hace falta la comunicación personal. La familia cristiana hace feliz a la comunidad, a la parroquia y a nuestro párroco por quien debemos orar para edificar mejor su labor en beneficio de todos.
Nuestro carácter cordial no solo con los extraños sino también con los de casa hará que en esa familia se respire un ambiente de armonía y paz. Hay que hacer esfuerzos por no destruirla.
Martha Reclat de Ortiz