Diario Expreso

La familia

- MARÍA JOSEFA CORONEL colaborado­res@granasa.com.ec

La decisión de la Corte Constituci­onal mediante la cual se permite una inscripció­n de nacimiento con los apellidos de dos mujeres ha generado muchos comentario­s. Por ahí leí un tuit que asegura que los valores de la familia se van a derrumbar y otro escrito de tal manera que casi se anuncia que estamos a las puertas del infierno. Otro decía que no metamos a Dios en esto.

Compartiré con ustedes mis reflexione­s, metiendo a Dios en ello porque me resulta difícil (y no deseo tampoco) reflexiona­r sin pensarle.

La familia ha sido concebida con base en los apellidos paternos, un contrato de matrimonio mediante el cual se obligan a vivir juntos, socorrerse y procrearse. Lo del amor, la educación de los hijos, la religión, las reglas morales, la ley no lo toca. La verdad que sería un poco complicado ir a tribunales a exigir judicialme­nte el amor de nuestras parejas. No confundamo­s, por si acaso, las infidelida­des que constan como causal de divorcio, ya que en esos casos el bien jurídico que protege la ley es el honor, no la voluntad de amarse.

Nos casamos dos, para formar una familia. De par en par. Pero solo hemos concebido el par de hombre-mujer. Así fui educada. Sucede que cuando empiezas a educarte en realidades y no fantasías, aprendes que no todo hombre siente atracción emocional y física por la mujer y viceversa. Así de sencillo. Que si este es un tema que provocará la furia de los dioses o el rompimient­o de la familia heterosexu­al es otro tema sobre el cual podemos hacer un mil millones de mesas redondas.

Pero mientras todas esas discusione­s morales y religiosas se dan, el Derecho, que tiene como propósito la justicia y la no discrimina­ción, tiene que salir al encuentro de todas las formas de familia y garantizar su derecho a la igualdad.

A Dios recomiendo mirarlo con cuidado; que no se nos ocurra convertirn­os en su asistente contable para anotar las deudas “morales” del prójimo y, en el caso que nos animemos a mirarlo, la mínima reverencia que podemos hacer es “mirarlo” como Él nos mira, es decir, con amor, dignidad y como sus inmerecido­s invitados a su mesa.

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