La familia
La decisión de la Corte Constitucional mediante la cual se permite una inscripción de nacimiento con los apellidos de dos mujeres ha generado muchos comentarios. Por ahí leí un tuit que asegura que los valores de la familia se van a derrumbar y otro escrito de tal manera que casi se anuncia que estamos a las puertas del infierno. Otro decía que no metamos a Dios en esto.
Compartiré con ustedes mis reflexiones, metiendo a Dios en ello porque me resulta difícil (y no deseo tampoco) reflexionar sin pensarle.
La familia ha sido concebida con base en los apellidos paternos, un contrato de matrimonio mediante el cual se obligan a vivir juntos, socorrerse y procrearse. Lo del amor, la educación de los hijos, la religión, las reglas morales, la ley no lo toca. La verdad que sería un poco complicado ir a tribunales a exigir judicialmente el amor de nuestras parejas. No confundamos, por si acaso, las infidelidades que constan como causal de divorcio, ya que en esos casos el bien jurídico que protege la ley es el honor, no la voluntad de amarse.
Nos casamos dos, para formar una familia. De par en par. Pero solo hemos concebido el par de hombre-mujer. Así fui educada. Sucede que cuando empiezas a educarte en realidades y no fantasías, aprendes que no todo hombre siente atracción emocional y física por la mujer y viceversa. Así de sencillo. Que si este es un tema que provocará la furia de los dioses o el rompimiento de la familia heterosexual es otro tema sobre el cual podemos hacer un mil millones de mesas redondas.
Pero mientras todas esas discusiones morales y religiosas se dan, el Derecho, que tiene como propósito la justicia y la no discriminación, tiene que salir al encuentro de todas las formas de familia y garantizar su derecho a la igualdad.
A Dios recomiendo mirarlo con cuidado; que no se nos ocurra convertirnos en su asistente contable para anotar las deudas “morales” del prójimo y, en el caso que nos animemos a mirarlo, la mínima reverencia que podemos hacer es “mirarlo” como Él nos mira, es decir, con amor, dignidad y como sus inmerecidos invitados a su mesa.