Willington Paredes dedicó siete años
A investigar la etnografía y la historia del sexoservicio de Guayaquil
Desde siempre, y no precisamente como una ironía, se ha venido asegurando que la prostitución es el oficio más viejo del mundo. Y es que en todos los tiempos y en todas las latitudes, el ofrecimiento del cuerpo mediante el pago de una tarifa, ha sido un hecho común que va desde la costumbre a la necesidad biológica.
Willington Paredes, escritor, periodista y catedrático universitario, la ha emprendido con tan delicado tema en su último libro publicado que titula: ‘Etnografía y sociología del sexoservicio’, al que acompaña un subtítulo que señala que se trata de “un análisis del trabajo del sexo alquilado, polvos líquidos y placer tropical”.
Esta obra de un tan viejo tema pero de muy original tratamiento, sin miedo a las palabras ni a los hechos y aún al mismo comportamiento y vivencias del autor, trata de ser un completo y seguro análisis de una forma de ser y de “una manera de ganarse la vida” cuya sobrevivencia no han podido impedir ni los severos moralistas que filosofan a partir de una ética tradicional, ni los representantes de las religiones que amenazan con los peores castigos para los pecados de la carne. Aunque ellos, en muchas oportunidades, caigan en la misma culpa.
La obra, que le tomó a su autor siete años de investigación, sistematiza el proceso del antiguo oficio, no solo a través del transcurso histórico, sino también de los porqués de quienes lo buscan y de los relatos de quienes no encuentran otra forma de ganarse la vida.
Estos relatos, que parten de lo local o criollo, son unas de las principales fortalezas de esta obra. Muchas parten del propio autor, quien narra no solo experiencias personales, sino que recoge una suma de costumbres y de lenguajes propios de nuestra idiosincracia.
Y, así, se habla de la “putería”, que es el término más directo para calificar al viejo oficio, agregando las formas de ser en el comportamiento usual y diario de las mujeres que viven del ejercicio sexual y que, incluso, son muchas veces I.-margarita Díaz (1757); responsables madres de familia y hasta empecinadas creyentes que piensan, por necesidad o por convicción, ser perdonadas de sus pecados ante la imperiosa necesidad que obliga a practicar la prostitución.
El libro, además, ofrece al lector todo un léxico con las palabras usuales que se emplea en ese mundo y que es usado lo mismo por los clientes de las prostitutas, como por quienes viven del “trabajo” de ellas (los llamados “chulos”) y hasta por las autoridades que con frecuencia tienen que intervenir en escándalos y hasta en delitos tan propios en ese medio.
Un libro, pues, cuya lectura recomendamos para conocer todo ese submundo en el que alguna vez, aunque sea tangencialmente, hemos participado y que, en nuestra ciudad, tiene vigencia en varios sectores urbanos (de los elegantes a los proletarios). Recordamos que las “mujerzuelas baratas” (“damiselas” se las llama en lenguaje más sofisticado) recibían en el pasado a sus “clientes” en la “calle Machala” pero durante el gobierno de Ponce Enríquez fueron trasladadas a “la 18”, en donde aún siguen ejerciendo su oficio, incluso controladas y con el permiso de las autoridades de Policía.
casada con Juan López (1750), ya fallecidos cuando testó su hija: 1.Sebastiana López y Díaz (1780); otorgó testamento en Santa Ana de Samborondón el 13.VI.1828 ante el alcalde 1º Municipal Manuel Yances; casada dos veces: 1º con José María Calderón, con 2 hijos ya fallecidos; 2º con Alejo Álvarez; sin sucesión. El trigésimo tronco lo instituyó: I.-josé Díaz, vecino de Samborondón testigo el 14.VIII.1758 del inventario de bienes de José de Valarezo y Vera. El trigésimo primer tronco lo concibió: