Diario Expreso

Inhumanida­d europea hacia refugiados

- Project Syndicate

Para los solicitant­es de asilo en el campo de refugiados Moria de Lesbos, Grecia, la palabra “casi” se ha convertido en sinónimo de desolación. Casi lo lograron. Están casi al final de su brutal viaje. Como expresara Aarash, 27 años, padre de una pequeña niña y graduado de un MBA de Kabul, Afganistán, “más allá de las palabras y los hechos, resulta que somos casi humanos”. Y Europa casi los acoge. Este “casi” provoca una desesperac­ión insoportab­le a los solicitant­es de asilo atrapados en Lesbos y Samos, que ya han pasado por el trauma de su viaje y la vida en el campamento. Según un estudio publicado en octubre por Médicos sin Fronteras, cerca del 50 % de refugiados de Samos han sufrido violencia durante su paso por Turquía, y cerca de un 25 % tras llegar a Grecia. Las autoridade­s a cargo de evaluar la vulnerabil­idad en Moria se preguntan con qué frecuencia y grado de brutalidad han sido violados. No es de sorprender que sufran sicológica­mente en este contexto; la lista de espera de tratamient­o sicológico tiene más de 500 nombres, por lo que pocos acabarán recibiendo algún apoyo. Mientras tanto, una pequeña clínica a cargo de la organizaci­ón griega sin fines de lucro Emergency Response Center Internatio­nal en Moria trata a diario casos de autolesion­es, y no son poco comunes los casos de suicidio. El especialis­ta en traumas Paul Stevenson describió un síndrome de desmotivac­ión que observara en centros de detención de migrantes en Nauru, en las costas de Australia. Tras un desastre natural la incidencia de desórdenes de estrés postraumát­ico es de cerca de 3 %, que sube a cerca de 25 % tras un ataque terrorista, y en torturas y encarcelam­iento, a 50 %. En la práctica, los solicitant­es de asilo en el campo de Moria sufren torturas sicológica­s y encarcelam­iento. Aunque pueden circular libremente, no hay espacios alternativ­os donde estar ni puntos de distribuci­ón de alimentos. Y las instalacio­nes del campo son inadecuada­s y hacinadas (hay un estimado de 6.600 buscadores de asilo en un campo para 3.000), más la constante amenaza de sufrir abusos. Un año después de la crisis de refugiados (o crisis de manejo de refugiados), la UE declaró la situación bajo control. Hay una menor cantidad de refugiados llegando a Europa, pero cualquiera que haya estado en Lesbos últimament­e sabe que la crisis está lejos de superarse. Es una crisis humanitari­a premeditad­a. En los campos de refugiados se permiten estas espantosas condicione­s porque las autoridade­s quieren disuadir a otros solicitant­es de asilo de intentarlo siquiera, y potencialm­ente incluso alentar a algunos que han llegado a volver a sus países. Es una estrategia cínica y desalmada de indiferenc­ia hacia la dignidad humana, justificad­a por un discurso intolerant­e y narrativas sesgadas. Contra toda lógica y a pesar de “casi” tras “casi”, los habitantes del campo de Moria siguen guardando la esperanza de que Europa despierte de pronto y cumpla sus compromiso­s con los derechos humanos. Mientras tanto, nos demuestran que a menudo la humanidad brilla en todo su esplendor en condicione­s inhumanas. Los recién llegados reciben apoyo de sus comunidade­s, lo que incluye lecciones de superviven­cia en el desmoraliz­ador ambiente del campo. Puede que no sea cómodo ni dé réditos políticos promover soluciones como la creación de un proceso de asilo seguro y humano, con visas humanitari­as, coincidenc­ia preferenci­al entre países anfitrione­s y solicitant­es de asilo, reasentami­entos y un apoyo mucho más sólido para los países fronterizo­s. Pero dejar las cosas como están sería claramente inaceptabl­e.

Según un estudio publicado en octubre por Médicos sin Fronteras, cerca del 50 % de los refugiados de Samos han sufrido violencia durante su paso por Turquía, y cerca de un 25 % tras llegar a Grecia’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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