Jaime Nebot
Debe haber sido hace más de veinticinco años cuando conocí personalmente a Jaime Nebot. Fue en una reunión de abogados y lo recuerdo rodeado de gente, tal como hoy puede vérsele. La televisión y la política, allá por esos tiempos, mostraron a un hombre rudo, parco y que asumía la consigna electoral de ganar elecciones para ser el alcalde de Guayaquil. “La obra continúa”, fue una las frases de su campaña electoral, frase que he mantenido en mi memoria por la sencilla razón de que Nebot hizo de Guayaquil una ciudad que no ha descansado en su capacidad de convertirse en ciudad nueva, en cada obra.
Amigos y conocidos comunes me contaban sus anécdotas políticas, incluso aquellas en la que el alcalde era nada más que el hijo de un actor político del velasquismo. El asunto fue que la imagen que me iba construyendo de Nebot era inquebrantablemente política, y digamos que la política no se había caracterizado por construir permanentemente cosas buenas, cosas que mejoren la vida de los ciudadanos.
Llegó el momento de la Corporación del Registro Civil y de trabajar por la ciudad cerca del alcalde. Entonces pude ver más allá de su imagen política. Vi cómo más allá de sus obligaciones como alcalde disponía ayuda a quienes la necesitaban urgentemente. Pero no solo vi la ayuda en sí, vi la voluntad sensible. Puedo decir además que nos permitió trabajar por la ciudad, sin injerencia alguna, y también puedo decir que ser adversario político no era obstáculo para celebrar contrataciones municipales.
Nuestras opiniones políticas no siempre han coincidido y sigo mirando con recelo ciertas caras a las que él luce mirar sin temor. Pero Nebot no dejó de ser alcalde por ser político y por eso hay que agradecer por todo lo que ha liderado, por lo que ha impedido que le hagan a Guayaquil, por confiar en nosotros como ciudadanos amantes-guardianes de esta continua obra que, como siempre, quiere ser asaltada, y por acompañarnos en el camino del aprendizaje de amar orgullosamente a esta ¡Guayaquil de mis amores!