Inmigración y éxito económico
Uno de los desafíos centrales que enfrentan las economías avanzadas del mundo es la desaceleración del crecimiento. En la última década, las tasas de crecimiento en estas economías promediaron 1,2 %, cifra por debajo del promedio del 3,1 % de los últimos 25 años. La historia muestra que un crecimiento económico más lento puede hacer que las sociedades sean menos generosas, menos tolerantes y menos inclusivas. Por eso es lógico pensar que la pasada década con su crecimiento lento contribuyó al surgimiento de un perjudicial nacionalismo populista que se está afianzando en un número cada vez mayor de países. Al igual que durante las décadas más oscuras del siglo XX, el nacionalismo de hoy toma la forma de una elevada oposición a la inmigración y -en menor grado- al libre comercio. Para empeorar las cosas, el nacionalismo tóxico actual exacerbará la desaceleración económica que sustentó su surgimiento. Convertir este círculo vicioso en uno virtuoso -en el que una mayor apertura impulse un crecimiento más rápidodependerá, al menos en parte, de hacer que la inmigración sea más compatible con formas incluyentes de nacionalismo. La evidencia económica es clara: la inmigración contribuye en gran medida al crecimiento económico y es más necesaria que nunca debido a que el envejecimiento de la población junto con tasas de natalidad más bajas a lo largo de las economías avanzadas están produciendo un auge de jubilación, sin que se cuente con un conjunto proporcional de trabajadores nativos que estén en la plenitud de sus vidas y apuntalen dicho auge. Además de ampliar la fuerza laboral, los inmigrantes aumentan el PIB per cápita al aumentar la productividad, es decir, la cantidad que cada trabajador produce. La razón: es mucho más probable que ellos tiendan a ser emprendedores e inicien nuevos negocios. Así amplían el tamaño total del pastel y es más probable que aumenten los salarios en general. Parecería que aparte de contribuir al tamaño y la productividad de la fuerza laboral, los inmigrantes con frecuencia complementan las habilidades de los trabajadores nativos, ayudándoles a ganar más. Mi abordaje profesional se centra en la economía, por lo que he enfatizado el papel del crecimiento, pero ese no es el único factor detrás del ascenso del nacionalismo populista. El hecho de que los países desarrollados cambien culturalmente, quizás reviste aún más importancia. En EE. UU. la proporción de la población nacida en el extranjero ha aumentado del 5 % en 1960 a alrededor del 14 %. Como Yascha Mounk de la Universidad de Harvard señala en su libro The People vs. Democracy, ese es el porcentaje más alto desde la última gran reacción antiinmigrante en EE. UU., la cual se denominó “el peligro amarillo” y ocurrió a principios del siglo XX. Todos los países, cuando se trata de inmigración, pueden optar por pagar un precio, en términos económicos, para seguir un curso más excluyente, u obtener los beneficios económicos de una mayor apertura con respecto a la inmigración. Si bien las políticas públicas pueden ayudar a garantizar que los beneficios de la apertura se concreten, no debemos perder de vista sus limitaciones políticas y económicas. Y, más allá de las soluciones políticas, también necesitamos establecer una expectativa cultural acerca de que los inmigrantes traerán diversas perspectivas y se unirán a su nuevo país en calidad de ciudadanos. Eso significa hablar el idioma, honrar las tradiciones nacionales y también alentar al equipo nacional de fútbol. Es la visión de inmigración y nacionalismo inclusivo que deberíamos esforzarnos por alcanzar.
Un crecimiento más rápido es beneficioso, incluso si se tiene que sustentar a una población más grande, ya que los inmigrantes que trabajan pagan impuestos... ayudan a los pensionistas y jubilados’.