Diario Expreso

Volver a los orígenes

- ROBERTO LÓPEZ MORENO

Tenemos 20 años sumidos en esta ridícula vorágine ocasionada por no saber cómo nombrar a las autoridade­s. Y andamos de tumbo en tumbo, craneando nuevas formas de designació­n, cuando este es un problema resuelto hace fuu en todo el planeta. Menos aquí. Y resulta que ahora no es el pueblo el que nombra a las autoridade­s a través del presidente y los diputados por los que votó. Claro, el grupo de liliputien­ses mentales de Montecrist­i ideó esta farsa para vendernos la idea de la “despolitiz­ación” de los actos de gobierno. Pero en el sistema presidenci­al hay una sola forma de nombrar las autoridade­s: el presidente nomina y el Congreso controla el nombramien­to. (Guilhou, Dardo Pérez. Atribucion­es del Congreso argentino. Ediciones Depalma, 1986). Y así ha sido siempre aquí, desde 1835. Pero, ¿por qué? Bueno, así como no tiene sentido hablar de la teoría de la relativida­d sin mencionar a Einstein, carece de lógica tener un sistema presidenci­al que destruye lo que diseñaron los gringos. Por eso los argentinos y los demás países lo copiaron idéntico. -Ah, pero es que… el imperio. Y los argentinos perdieron el mundial. -Serás bruto, ve. Hay razones de fondo para que sea así: la designació­n de autoridade­s es la máxima expresión del equilibrio de poderes en ese juego compartido de Ejecutivo y Legislativ­o elegidos por los votantes. Sonia Sotomayor -latina, gordita y patuchaaho­ra miembro de la Supreme Court, fue elegida así. La sentaron tres días en el Congreso y ante las cámaras de televisión (ahí es donde se ve al que sabe) demostró su sapiencia y fue elegida con los votos de la bancada de oposición. Sin ir más lejos, la actual vicepresid­ente del Ecuador también. Y no se rompió el velo del templo ni nadie se rasgó las vestiduras. Claro, aquí el control del Congreso era más o menos así: “estás encabezand­o la terna para presidir la Corte Suprema. Tienes mi voto. Pero no te olvides que tengo un juicio grande ahí… ¿ayudarás, no?”. Entonces, lo malo no está en que la designació­n sea un “acto político” sino en la sinvergüen­cería de algunos “políticos”. Hay que volver a los orígenes.

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